lunes, 13 de noviembre de 2006











La madre




Yo creo que la mejor forma de hacerme entender es escribiendo sin tener en cuenta el tacto, sin recato, a calzón quitado, aunque conservando las maneras.
Los amadores de la madre aventajan a cualquier hombre en la determinación que tienen en amarla y sobre todo en el cuidado que ponen por hacer crecer ese amor. Eso es lo que uno pone de sí y se percibe como actitud personal y estilo de vida. Pero existe otro asunto que no es perceptible para los demás, como es la correspondencia de la madre hacia éstos, sus hijos, y en cuya relación quedan al margen aquellos que carecen de conciencia de esto. Más allá del asunto así presentado todo queda en la pura especulación insensata porque quien no percibe la relación madre-hijo no tiene juicio ni opinión sobre el asunto. Por eso, como no todos los hombres hablan la misma lengua, lo que con buen criterio hacen los amadores de la madre es mantener silencio. Eso ha venido siendo así durante milenios. Y entiendo que pienses que romper el silencio sea indicativo de no ser precisamente un hijo de la madre. Piensa, sin embargo en las pequeñas incursiones que en ese sentido se están llevando a cabo en las últimas dos décadas, tales como la teoría de Gaia, la salida a la luz de los chamanes de todas partes del mundo y la aparición de pequeños grupos que se acercan a la conciencia de la madre. Pero lo que no entiendo, de acuerdo con lo que acabo de escribir, es que haya gente que opine sobre lo que no puede tener opinión. Unos y otros hombres, insisto, no hablan la misma lengua. Ambos se sienten igualmente poseedores de la verdad que sostienen, de tal manera que resultando imposible cualquier aproximación yo hablaré desde mi punto de vista.
Los amadores de la madre no hablan de acuerdo a lo que piensan de ésta, ni a una determinada lógica ni razonamiento, ni reúnen datos para establecer una conclusión. Yo, por ejemplo ahora estoy sentado frente a la computadora y tengo al fondo el mar con la punta Bombarda a la derecha. Podría bastarme con recibir la belleza que percibo, pero deseo corresponder, dar, y lo que estoy empeñado en dar es el amor que recibo. Así que contemplando y contemplando se llega a sentir y sintiendo, a percibir el alma. En el alma de la madre hay muchos espíritus, todos trabajando para ella, excepto los que el ser humano pone en acción, creando así un conflicto de difícil solución, porque esos espíritus que el hombre pone en acción pertenecieron al alma de la madre pero que una orientación equivocada acabó por ponerlos en contra, o como mínimo, a favor de los propósitos inconscientes humanos.
Recuerdo cuando se me sugería contemplar la naturaleza. En un primer intento la sentía vagamente y poco, la razón es que apenas cabía nada de ella en mí, y menos aún si su percepción obligaba a añadir grados de conciencia, dado que el recipiente aún no estaba formado. Claro que si no estaba formado el recipiente adecuado, ¿cómo iba a darme cuenta de lo que me estaba ocurriendo?. Era preciso algún tipo de guía u orientación. Y al hilo de esto quiero decirte una cosa: a nadie se le puede pedir que renuncie a su derecho de elegir su estilo de vida, pero la autosuficiencia que el orgullo se apresura en agigantar a temprana edad gana la batalla a la sosegada sensatez. Con ello, como no puede uno darse cuenta de qué está viviendo ni en qué punto del proceso, cada vez más se aparta del camino, de lo que es su verdadero deber, al margen o no de lo que desee, del sentido de la vida que desconoce. En mi caso, busqué sentir a la madre en su manifestación de la belleza, y cultivé el arte. De ese modo fui apreciando los detalles, los matices, los conjuntos, las luces, los colores y comencé a conocerla desde mi interior, con conciencia, lo que me sensibilizó de la manera que te comento luego, más adelante, a modo de ejemplo.
En ese punto la armonía con las manifestaciones de la madre iban por buen camino, pero toda manifestación tiene su porqué y su ser en algo esencial que no se manifiesta y que resulta más difícil de percibir y de establecer relación. Ésta se logra desde eso, también esencial, que uno es y a lo que tanto cuesta acercar la conciencia. Así que fue necesario conocerse y recordarse uno como es, más allá de cómo se manifiesta. Por fin, el camino se delineaba de forma doble: percibir la propia esencia para tener realización íntima de la de la madre. Esa era la única manera posible de entenderla de todas formas posibles, aunque a mi me resultaba más sencillo hacerlo desde el olfato psíquico. Podía oler los espíritus y el alma, lo cual me iba acercando gradualmente a sentir, a percibir la intimidad de esas partes mías, tuyas y de todos, que en la naturaleza que suelen sentirse como ajenas. Tengo un par de recuerdos de esa etapa que tiene que ver con la negativa del espíritu de un árbol a entrar en contacto conmigo y, al contrario, lo fácil que me lo puso un arroyo. El ser humano no puede imaginarse las sensaciones que se derivan del simple hecho de poner la mano en el tronco de uno de esos árboles que viéndolos a menudo pasan tan desapercibidos. El ejemplo que te decía arriba tiene que ver con la ventaja que posee sobre otros sistemas la sensibilización mediante la contemplación:
Visité a unos amadores de la madre en la cordillera andina. Se dio una circunstancia muy rara. Se iban a reunir los chamanes de una amplia zona que abarcaba a parte de los territorios de Perú, Colombia y Ecuador, y pude asistir a lo que ellos llaman una “mesada”. Primero había que sumergirse en una de las “huaringas”, en la llamada “Shimbe”, la blanca. La temperatura del agua es de once grados. Pero nadie lo hará si no la ama y al declararle su amor, ella le corresponde. Sólo entonces podrá entrar en sus aguas. A partir de ese momento, se funden en un abrazo y uno queda protegido de forma especial por la huaringa. Más tarde, los chamanes se pusieron a las órdenes de otro que parecía tener mayor rango. Se preparó el “san pedrito” (cactus con presencia de sustancias precursoras de la mescalina que si se deja secar al sol antes de cocerse, se convierten en mescalina propiamente dicha). Abundando un poco más sobre esto, cabe decir que hace milenios se consumía éste conjuntamente con la “huilca” cuyas semillas contienen dimetiltriptamina, los mismos principios activos de la ayahuasca). Si se toman conjuntamente, los efectos de la visión pueden ser tan estallantes en colores que la experiencia puede acabar en miedo. Sin embargo, tomando sólo san pedrito, que ha estado vivido bajo los rayos y la influencia del sol, los colores que se ven en la experiencia son tomados casi como normales, con agradables tonos anaranjados y próximos al rojo.
El jefe de los chamanes comenzó a decir qué cantidad de san pedrito debía tomar cada uno. Cuando me llegó a mí el turno, aquél dijo:
- No. Al español con olerlo le basta. Muchos entendieron que era una forma de negarme el acceso a la ceremonia, al menos en profundidad. Pero el chaman sabía lo que decía. Una india me lo trajo para que lo oliera, creyendo que así seguía las instrucciones del chamán. Y aquél dijo que desde donde “estaba, alcanzaba”. Y claro que alcanzaba porque podía oler la fragancia del espíritu del san pedrito. En ese momento me di cuenta que también podía oler a todos los allí presentes. Así que me integré con sus más íntimos espíritus mediante el olor, el cual me trajo conciencia de su sentir. Por fin entendí que la contemplación como sistema de desarrollo era buen sustituto del san pedrito. Y gracias a ello evité vómitos, revolcones e inconvenientes. La vivencia allí acontecida ya es otro asunto que siento más dentro del área de lo íntimo. Sólo diré que no es sino hasta las cinco horas de la ingestión que uno puede entrar en el núcleo de la experiencia que se prolonga por cinco horas más.
Los amadores de la madre saben qué necesita, qué le duele y qué le place. El amor que se cultiva hacia ella es el mismo que se siente por la madre carnal, el cual se desarrolla por contacto, por correspondencia al amor, porque uno se siente nutrido, protegido y atendido en las propias necesidades. ¿Por qué entonces, si las premisas son las mismas, no se ama del mismo modo a la madre Tierra?. Ocurre al contrario, se la explota, se la daña y menosprecia. Se tiene por negligentemente sabido que en último caso, aunque sufra, tiene poder de recuperación. Cada vez que un amador tiene noticias de, por ejemplo, un incendio, lo siente, le duele, llora, percibe el dolor que se le hace a su madre, a menudo, con toda impunidad. Y ya ni ganas de comentar cómo llegan al corazón del amador las experiencias de explosiones nucleares, así como las emisiones a la atmósfera, los vertidos a las aguas, la tala de árboles, las capturas cerriles, la contaminación, las radiaciones, las alteraciones de espacios, las construcciones masivas… El amador de la madre piensa en ella y la siente enferma, y eso lo apena. De la mano de este sentimiento y en ausencia del de la alegría y del de la complacencia, a ambos se les ve marchitar. Se marchita la vida, las emociones, la razón… ¿En qué cabeza cabe que la humanidad deba tomar pastillas para amar?. La respuesta no está en la química sino en los espíritus. Uno se deteriora conjuntamente con el deterioro que sufre la madre. Pero si se la ama y se la cuida, ella provee lo mismo para sus hijos. Si el espíritu del sol y de las constelaciones influyen normalmente en los elementos químicos que componen nuestro cuerpo y permanecen activos, no hay razón alguna para que éstos se adormezcan.

Aún recuerdo el buen gusto que reconocía en algunas construcciones realizadas en puntos estratégicos. La gente buscaba el lugar idóneo para construir, de acuerdo a la orientación cardinal, integrada en el mejor medio. En ese punto, esos hombres se esforzaban por no perder la armonía con la madre. Se veía buena intención en sus actos así como agradecimiento a la tierra. Hoy se construye donde quede espacio para hacerlo y si no queda se recalifican los suelos, apareciendo moles u hormigueros habitados por personas. Y el suelo urbanístico va invadiendo el rústico y el agrícola. Apenas si podemos ver la separación entre uno y el siguiente municipio. Eso empobrece a la gente porque, también, cada vez hay menos espacio para que el ser humano trabaje la tierra, aunque sea para su uso doméstico, menos acceso a ella, y más elevado el coste de ésta. ¿Sabes a que lleva eso?. A la pérdida del interés por tener tierra cultivable, al desaliento, a la desincentivación. El pretexto es el crecimiento demográfico que no es más que otra barbaridad de la inconsciencia humana porque si la misma o aún menor inversión se dirigiera al reparto, a la amplia distribución de los estímulos, en vez de concentrarlos en un único punto, el hábitat humano resultaría bien distinto, entrañable, acogedor, amplio, más humanizado, peculiar, y, tal vez, sagrado. Pero concentración a veces es sinónimo de acumulación, también de capital, el cual se origina masificando las ciudades porque, a mayor número de vecinos, mayores ingresos en impuestos, mayor actividad económica, mayor circulación de dinero, etc., aunque ello vaya en detrimento de otros núcleos de población menos intensos. Y es que siempre han ganado los que más tienen, en este caso, las grandes urbes. A eso llamaba yo antes estímulos. Y la alternativa provisional es la distribución de ellos en toda espacio susceptible de ser habitado. La verdadera alternativa es la única realidad posible: la Tierra patrimonio de la humanidad.
Yo entiendo que a una máquina se le introduzcan elementos químicos y dé un helado, por ejemplo, tabaco, almendras u otra cosa, con una moneda, y que acabemos asociando pagar con obtener. Pero es vital que no traslademos a la madre tierra esa asociación que, sobretodo está más presente en sociedades como la nuestra, consumistas y enriquecidas, a costa de las pobres y menesterosas, a las que el derecho de propiedad de los bienes planetarios, tales como el petróleo, recurso que debría ser patrimonio de la humanidad, no llegue. Porque si esperamos de la tierra un respuesta mecánica, seguro que somos nosotros, los que eso le atribuimos, quienes hemos sustituido la conciencia y la percepción por la instintividad inconsciente, por la dinámica mecánica de la sociedad. Y con esa presencia humana de ser, claro que acabamos esperando de la naturaleza un comportamiento artificial que responda a nuestro gusto y antojo.
El hombre es inconsciente, por no llamarlo malvado. No sabe qué hace aquí, ni su propósito al nacer, ni el de la madre, y sin embargo se siente importante disponiendo de ella a su capricho. Si no tiene ni idea de qué hacemos aquí, en medio del universo, asentados en un planeta que vive y nos proporciona sustento y demás condiciones con las que no sentirnos mal, al menos debería atender al principio de duda y cuestionarse si acaso el fruto de su trabajo, no lo llamaré ya obstinación, armoniza con el del planeta. Pero no. Él se limita a no complicarse partiendo de lo que hay. ¿Qué le importa si la madre agoniza en este momento?, si ni siquiera la entiende. El hombre se aplica en obtener satisfacción pasando por encima de la mortaja de la madre, si es necesario. Y, en líneas generales, este es el perfil de la mayoría de los dirigentes de los países de la tierra. ¿Podemos ahora hablar de economía mundial?, ¿de intereses?, ¿de justicia y leyes?, ¿de aspiraciones?, ¿de naciones y fronteras que parcelan a la madre en propiedades de pobladores?, ¿de patriotismo?... Incluso la investigación científica pierde honorabilidad si en ella no está presente el espíritu universal. Ahora que se está investigando la prolongación de la vida en el ser humano sigue sin tenerse en cuenta que ello puede ocurrir sólo si la madre también perdura y goza de salud. Estoy convencido que el actual estado de cosas se encuentra trastocado con respecto al curso que quiere seguir la naturaleza. Y estoy también seguro que un día el hombre –no éste que ahora pisa la tierra – conocerá el propósito de la existencia del planeta y lo establecerá como prioridad principal, por delante de la propia, es decir, todo al contrario que el actual.
Amiga mía, antes, cuando el hombre no se sentía obligado a trabajar y a cavilar durante todo el día, e incluso durante las horas del sueño, podía sentirse sorprendido por uno de esos atardeceres rojos que anuncian vientos, o por esas lunas llenas anaranjadas, por la salida de un enorme sol, por la aurora que precede al amanecer, por el rocío en las hojas de la hierba, o por la normalidad cotidiana. Este tipo de gente que podía resultar agradablemente asaltada por las manifestaciones de la naturaleza son los que buscaron intimar más con ella, resultando ser útiles a su pueblo como sacerdotes, como sanadores, como brujos, como intermediarios entre el cielo y la tierra, como archiveros de la memoria... En ocasiones, esa búsqueda podía alcanzar a muchos. Mira, te contaré algo más:
En Argentina, en la provincia de San Luís, al linde con la de Córdoba, hay un municipio llamado Merlo. Se dice de él que posee el tercer mejor microclima del mundo y que la gente es longeva. En sus inmediaciones, en Piedra Blanca, habitaron los indios comechingones. Éstos eran de piel blanca, altos y con barba, de ahí que también sean conocidos como indios barbados. Fueron gente que se les reconoce, al menos, una vejez en la zona de 8.000 años, así que, preincaicos. Pues bien, éstos se reunían alrededor de un algarrobo que aún se encuentra en pie y con buena salud, conocido como el algarrobo abuelo, al que se le atribuye una antigüedad de alrededor de 800 años. Es decir que, cuando llegaron allí los españoles en el siglo XVI, ellos llevaban medio milenio reuniéndose allí. ¿Sabes para qué?. Para llevar a cabo sus rituales religiosos. Al contrario que la religión Inti de los incas, los comechingones, que también tenían cultos solares, por la noche hacían hoyos alrededor del algarrobo donde enterrar vasijas de boca ancha hasta casi el borde. Luego las llenaban de agua y, allí tenía al cosmos reflejado en ellas. ¿Cuántos elementos y significados ves en este proceder?. Cuando Inti, el sol inca, fue derrotado por el dios cristiano se disolvió en el mar. Los comechingones convivieron con los incas y tal vez intercambiaran conceptos religiosos. Así que en el agua recogían el universo y sus fuerzas. Pero el agua es el elemento que fertiliza la tierra, lugar donde han enterrado las vasijas. El comechingón buscaba que esa fertilidad fuera tan rica y espiritualizada como las fuerzas quisieran concederle. Pero además, como el sol no era el padre, esto es, el esposo de la tierra, sino que lo era el cielo, el ritual tenía un carácter sexual y de reproducción, o si se prefiere, propiciatorio de la producción y la abundancia. Y eso era perfectamente trasladable al ser humano. Él era una porción de la madre, cuya vasija que contenía el agua tenía el propósito de acumulador de las fuerzas del universo. Ellos, en ese tiempo puede que ya hubieran perdido una parte importante de la herencia de sus antepasados que se remonta a tiempos inmemoriales, pero aún así, la voluntad de permanecer en armonía con las fuerzas invisibles y la de mantenerse psíquicamente despiertos les llevaba a perpetuar ritos como este. En sus vidas había un esfuerzo por hacer que las fuerzas que estaban fuera, las mismas que permanecían dentro del ser humano, trabajaran en estrecha colaboración, y habían conseguido encontrar medios, tales como la pronunciación de sonidos, cantinelas, etc., que ponían en actividad las fuerzas interiores que tendían a adormecerse. ¿Hay algún empeño puesto en este sentido en la generalidad de la gente de nuestra sociedad?. Pues bien, aquí llego a donde quería, después de este largo recorrido, que por cierto, me ha sentado bien: la humanidad ha ido perdiendo con el tiempo su preocupación por permanecer y mantener vínculos con las fuerzas cósmicas, que también somos. Esa presencia de religiosidad y de esfuerzo espiritual, hoy ha desaparecido de las mentes y de los corazones del hombre, lo que significa que del mismo modo, eso que creaba la preocupación espiritual en él, tal vez, también haya desaparecido. Y si ha desaparecido, nada puede esperarse de la humanidad para que vuelva a recomponer sus fragmentos en un todo universal. La división se hará cada vez más patente y la defensa de cada fragmento, encolerizada y despiadada, tratando de arrastrar consigo en esa locura, porciones de la tierra donde poner los pies. Yo debo hablar de estas cosas. Sentir lo que siento no está en venta, y preferiría no vivir si tuviera que hacerlo sin esta conexión con la madre y con el padre. Lo digo con mucha solemnidad. Y qué triste, en cambio, porvenir se le avecina al ser humano, que ya se encuentra bien desvitalizado y desnaturalizado. Tendrá que desarrollar un nuevo sistema sensorial que concierna e incluya a lo insustancial. Pero si acabara ocurriendo eso, habría perdido lo otro, el habla del ser que son las emociones, las que nos informan de cómo nos sienta relacionarnos de uno u otro modo con el mundo, el entorno, el semejante y con nosotros mismos.
¿Cuántas razones ves que tengo para llevar a la reflexión a mis congéneres?. Amiga mía, no tengo ninguna pretensión ni ninguna esperanza en que la gente reoriente su vida en favor de la madre. Tengo, en cambio, mucha confianza en que un reducto se sienta alcanzado, que sepa que su sentir no está fuera de lugar ni desencaminado y que se comience a pensar en un lugar donde honrarla, porque desde dentro de la sociedad, como suele decirse para engañarnos, el propósito pierde prioridad, se diluye y quedamos inmersos de nuevo en el sinsentido de la existencia. Aunque tengo más que decir, juzgo conveniente dejar el tema en este punto.
Recibe un cálido saludo.








¿Dónde descansará el cuerpo en el que encarnó mi alma?.







Tengo delante de mi una carta que fue escrita hace algo más de siglo y medio, en 1854. Es la respuesta del jefe de los indios del actual estado de Seattle, en Estados Unidos al presidente de estos mismos estados. Y ocurre que a medida que pasa el tiempo más vigencia tienen aquellas palabras. El presidente de los “caras pálidas” quería comprar sus tierras y ofrecerse como su padre. Término que supongo que usaría como sinónimo de presidente. Y el indio le responde que cómo se puede comprar el cielo y la tierra. De este modo:
Sr. Jefe de los Caras Pálidas:

¿Cómo se puede comprar el cielo o el calor de la tierra?. Esa es para nosotros una idea extravagante.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que ustedes se propongan comprarlos? Mi pueblo considera que cada elemento de este territorio es sagrado. Cada pino brillante que está naciendo, cada grano de arena en las playas de los ríos, de los arroyos; cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada colina, y hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas para la mentalidad y las tradiciones de mi Pueblo.
Lo que no puede ser poseído, la civilización occidental lo compra y lo vende. Yo tampoco lo entiendo. ¿Cómo puede venderse o comprarse algo que no se tiene en propiedad?. El petróleo, por ejemplo. Estaba en la tierra. Alguien llegó, puso vallas, límites o escrituró un pedazo o una determinada extensión de ella, y a partir de ese momento tuvo propietario, con lo que el mundo fue para el resto de la humanidad una parcela más pequeño. Antes de eso, nuestra amada madre - para quien lo sea, la dignifique y no la prostituya ni la use -, no había nombrado herederos, y por consiguiente, diga lo que digan la justicia y los tribunales, las oficinas de registro y los notarios, no estoy de acuerdo con que alguien se apropie de una parte de mi madre. No lo estoy ni lo estaré. Por eso estoy aquí, frente al teclado, para que razonemos sin dar nada por sentado, cuando es mucho lo que parte de hechos y actitudes antinaturales. Así que, en esa primera parcela que se nos robó, y digo bien, a la humanidad, pudo haberse encontrado oro, petróleo, o qué se yo. De esa manera, el petróleo que mueve la economía mundial, es propiedad de unos cuantos capitalistas. Pero, ¿cuantos millones de años tardó éste en formarse de los fósiles que no fueron propiedad de ningún hombre y, en todo caso, sí de la madre Tierra, tanto cuando vivían como luego?. ¿Tenían estos capitalistas propiedad registrable sobre la historia del planeta, la del hombre y la de todo cuanto la constituye?. ¿La tenían sobre el alma que animó en su día a los fósiles? ¡Patente de de corso es lo que tienen!. No otra cosa. Para empezar yo gritaré a las estrellas llamando indignos a quienes de su madre tienen un concepto de propiedad sobre el cual se sienten legitimizados para usarla a su antojo, que ni siquiera convenientemente. Aunque no se si hacerlo por lástima a sus paupérrimas conciencias, aunque ellos no respeten la mía y cabalguen sobre ella pisoteándola. ¿Puedo considerar hermano a un hijo del planeta cuya inconciencia lo está conduciendo al extermino de sus recursos y de la propia humanidad?. Pues sí, aunque, ¿pueden ellos considerarme a mi hermano suyo?.
Me siento a escribirles para que reflexionen, y una vez hecho, debería ser suficiente para que se recondujeran. Si no es así, como dice el indio más adelante en su carta, no saben en la que se van a meter, aunque no lo crean. Y les interesa no creerlo para que todo siga igual. Tal vez yo esté escribiendo para condenarles más, pues, seguirán con su hacer a pesar de mi y de los que como yo escriban a sus conciencias, con lo que la culpa no tendrá excusa tras la que ocultarse. Pero buscando en mi corazón encuentro una prioridad: ya está bien de culpas y condenas. ¿No ha llegado aún el tiempo de la reconciliación entre nosotros y con la madre y el padre?.
¿Cuantos elementos a lo largo de los millones de años han tenido que combinarse para que se formaran los metales, minerales y líquidos que ahora sirven para que el mundo se mueva a las órdenes de esos pocos, y si pudieran, también de la mayoría de los hombres que ahora no las poseen?. ¿Cuántos años espera el diamante en las arenas para convertirse en tal?. ¿Tienen los poseedores de todo ello registro de la propiedad de la fábrica que los creó o algún documento que legalice que las creaciones de la fábrica les pertenecen?; es decir, ¿ hay algún indicio que lleve a poder afirmar que lo que la naturaleza produce en miles de millones de años esté destinado a ser poseído en propiedad?, ¿del tiempo y de las fuerzas que ha actuado en el planeta, de los cambios climáticos, de los climas de las diferentes estaciones, de las corrientes oceánicas, de la vida de los peces, dinosaurios, de las erupciones volcánicas, de los terremotos, de las mareas, de la influencia de las estrellas, etc., que desde tiempo inmemorial hasta la fecha de entrada en el registro de la propiedad, han trabajado para producir los elementos que ahora están en el mercado de valores?. No los tienen. Lo repetiré: No los tienen. Por eso yo me siento poseedor del petróleo y no es de justicia pagarlo, excepto, por los gastos que ocasiona sacarlo. Pero, ni eso. Yo cerraría los yacimientos para no desangrar a mi madre, porque estoy de acuerdo con el indio que sigue diciendo:
La savia circula dentro de los árboles llevando consigo la memoria de los Pieles Rojas. Los Caras Pálidas olvidan a su nación cuando mueren y emprenden el viaje hacia las estrellas. No sucede igual con nuestros muertos, nunca olvidan a nuestra tierra madre. Nosotros somos parte de la tierra. Y la tierra es parte de nosotros. Las flores que aromatizan el aire son nuestras hermanas. El venado, el caballo y el águila también son nuestros hermanos. Los desfiladeros, los pastizales húmedos, el calor del cuerpo del caballo o el nuestro forman un todo único.
Por lo antes dicho, creo que el jefe de los Caras Pálidas pide demasiado al querer comprarnos nuestras tierras.
El Jefe de los Caras Pálidas dice que al venderle nuestras tierras él nos reservaría un lugar donde podamos vivir cómodamente. Y que él se convertiría en nuestro padre. Pero no podemos aceptar su oferta porque para nosotros esta tierra es sagrada. El agua que circula por los ríos y los arroyos de nuestro territorio no es sólo agua, es también la sangre de nuestros ancestros.
Este hombre, el indio que responde eso, fue tratado de salvaje, de incivilizado y de no razonable. Y es que, ¿cómo se formó el agua en el planeta y a consecuencia de qué?. Habría que remontarse al tiempo del Big Bang para tener una idea, desde luego que no proporcionada, del porqué de las características de nuestro planeta. Ya no sólo de nuestro hábitat como lugar aislado en un punto del Universo, sino implicado en un origen común a Él. ¿ Es eso comprable o vendible?. ¿Quién hizo que así fuera?, ¿qué justicia?, ¿qué ideal altruista?, ¿qué mandamiento de la ley de Dios?, ¿Con qué ley de la naturaleza armoniza el sentido de la propiedad que lleva al hombre hasta las oficinas de registro para dejar de ello constancia?. ¿Había algún propósito intrínseco en el Big Bang con respecto a que en cada generación algunos sería poseedores del desarrollo de lo que en ese momento se originara, mientras que otros tendrían cerradas las puertas a cal y canto al gozo de los valores de la existencia, por parte de quienes poseían?. ¿Cómo valorarán las generaciones futuras la nuestra?. Y a los creyentes les dirijo esta pregunta: - ¿Qué diría el Dios que concibes al respecto de lo que estoy diciendo yo?, y, ¿qué diría de tu actitud, de tu respuesta a ello?. Hazte un favor y piensa seriamente y concienzudamente a estas dos preguntas. ¿De qué se ha ido alejando el ser humano para no recordar que el universo es un todo cooperante, como dice el indio en su carta bastante más adelante: En las poblaciones de los Caras Pálidas no hay tranquilidad, ahí no puede oírse el abrir de las hojas primaverales ni el aleteo de los insectos. Eso lo descubrimos porque somos silvestres. El ruido de sus poblaciones insulta a nuestros oídos. ¿Para qué le sirve la vida al ser humano si no puede escuchar el canto solitario del pájaro chotacabras?; ¿si no puede oír la algarabía nocturna de las ranas al borde de los estanques? Como Piel Roja no entiendo a los Caras Pálidas. Nosotros tenemos preferencias por los vientos suaves que susurran sobre los estanques, por los aromas de este límpido viento, por la llovizna del medio día o por el ambiente que los pinos aromatizan. Para los Pieles Rojas el aire es de un valor incalculable, ya que todos los seres compartimos el mismo aliento, todos: los árboles, los animales, los hombres. Los caras Pálidas no tienen conciencia del aire que respiran, son moribundos insensibles a lo pestilente. Si les vendiéramos nuestras tierras, deben saber que el aire tiene un inmenso valor, deben entender que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El primer soplo de vida que recibieron nuestros abuelos vino de ese aliento.
Si les vendiéramos nuestras tierras tienen que tratarlas como sagradas. En estas tierras hasta los Caras Pálidas pueden disfrutar del viento que aromatiza las praderas.
Si les vendiéramos las tierras ustedes deben tratar a los animales como hermanos. Yo he visto a miles de búfalos en descomposición en los campos.
Los Caras Pálidas matan búfalos con sus trenes y ahí los dejan tirados, no los matan para comerlos. No entiendo cómo los Caras Pálidas le conceden más valor a una máquina humeante que a un búfalo.
Si todos los animales fueran exterminados, el hombre también perecería entre una enorme soledad espiritual. El destino de los animales es el mismo que el de los hombres. Todo se armoniza.
“Todo se armoniza”. Si, es así, excepto cuando interviene el hombre. En él está el mal que ha enfermado, en esta ocasión, a la madre. Para sanarla, hay que curar al ser humano. Hemos de curarnos todos:
Nosotros estamos seguros de esto: la tierra no es del hombre, sino que el hombre es de la tierra. Nosotros lo sabemos. Todo se armoniza, como la sangre que emparenta a los hombres. Todo se armoniza.
… Nosotros sabemos algo que los Caras Pálidas descubrirán algún día: ellos y nosotros veneramos al mismo Dios. Ustedes creen que su Dios les pertenece del mismo modo que quieren poseer nuestras tierras, pero no es así. Dios es de todos los hombres y su compasión se extiende por igual entre Pieles Rojas y Caras Pálidas. Dios estima mucho a esta tierra y quien la dañe provocará la furia del Creador. … De hoy en adelante la vida ha terminado. Ahora empieza la sobrevivencia. Este indio no sabía que las esencias del aire que son el aroma de los espíritus que en ese momento se expresan, las que despiertan nuestra conciencia para explicarnos los acontecimientos presentes o próximos, en nosotros y en el medio, como son, la lluvia, el florecimiento de determinadas plantas, la sequedad, los vuelos nocturnos de nuestros hermanos, la proximidad de la muerte, la conveniencia del sueño, determinadas urgencias, etc., andaría mezcladas con la radioactividad, con los microorganismos de la enfermedad y de la muerte, con el hedor... Por cierto, en el prólogo del libro “el misterio de las catedrales” de Fulcanelli, Eugene Canseliet, advierte sobre la conveniencia de practicar enterramientos en la tierra como el último proceso alquímico. Afirma que mientras que en los nichos el proceso de la descomposición huele mal, en la tierra, el mal olor da paso al más agradable y suave de los perfumes. Pero de seguir por estos derroteros, ¿Dónde descansará el cuerpo en el que encarnó mi alma?.
El hombre no vive en un universo real sino en uno de su propia creación. En ese mundo fantástico vive su mente y no duda en mantenerlo usando elementos del universo real. Para la obtención de tales elementos del mundo real, él rompe, daña, orada, crea enfermedad, destruye, corrompe, contamina, en fin, va contra las leyes naturales y sus procesos. Cualquier ley, código de leyes, costumbres, etc., basados en esta premisa, en el respaldo de la actitud y el hacer humano, no tienen razón de ser. Preguntémonos cuantos despropósitos se amparan en la ley que a mi y a todos se nos pide y obliga a respetar. ¿Y mi conciencia, la que vela por mi ser, por lo único permanente, tiene algo que decir o también la obligan a callar las leyes?. A pesar de que a mi se me ofende con tantas y tantas de las propuestas inconvenientes del vivir en esta sociedad, he de aceptar hacerlo porque sigo en este mundo irreal que mis congéneres se empeñan en mantener. Y no quiero yo pagar con la misma moneda expresando con claridad lo que para mi significan muchas de las cosas que puede que para los demás sean respetables. Por eso pido que cada vez que te encuentres con los términos, justicia, ley, orden y propiedad, bolsa de valores, registro de la propiedad, notario, banco y banquero, recuerdes al indio, que, a mi juicio, tuvo que necesitar un suspensorio para poder moverse. A ese si que lo siento yo mi hermano. Pero como quiera que tengo otros hermanos, he de decirles que todo orden, justicia, ley, etc., nacida del egoísmo que el hombre y la sociedad muestra e incluso asienta y establece como definitivo, no conviene, no edifica ni realiza a los miembros de la sociedad como seres humanos, ni sirve para nada, excepto para alejar a ésta de donde debe. El ser humano es algo distinto a lo que la sociedad, o tal vez, el poder en ésta, lo ha conducido. Es inimaginablemente distinto, tanto que un esfuerzo por entenderlo evidenciaría la impotencia de los adaptados a ella y en mayor grado, quienes la aceptan con beneplácito.
Si alguna vez el hombre retorna al mundo real, entonces tendrá acceso a la relación, también real, con otros hermanos del universo así como los de tiempos pasados con el presente de la madre. Mientras tanto, de acuerdo a su nivel de conciencia y a su percepción de la realidad, la relación la ha de mantener forzosamente con lo imaginario, con lo paralelo, con lo creado al margen de la Manifestación, con lo irreal. ¿Te has preguntado porqué hay quien dice que existen los fantasmas?. El planeta entero es patrimonio de la humanidad, así como sus tesoros y valores, materiales y espirituales. Yo comienzo reivindicando para la colectividad humana los bienes de la suma de todos los estados de la tierra. No tengas complejos que no son de quienes dicen poseerlos. Es mentira. Son, sin excepción, de todos los que vienen a este mundo. Pero adminístralo bien que también es de los animales, las plantas, los líquidos, los minerales, lo microorganismos…
El patrimonio de la humanidad no significa, como alguien pretendía en una conversación, el reparto de la superficie terrestre entre los habitantes que somos. Esa no es la idea, sino que, en caso de repartir algo serían los cuidados para con la madre y sentirse responsable, sobre todo de la calidad de la vida y la salud del planeta. De ese modo no somos humanos colaborando entre nosotros sino partícipes del cuidado de la madre. Aunque, de todos modos, la idea no pasa del todo bien afinada por ahí. Ese es un tema más propio del debate que desgrane el principio ideal. Madre, te amo.





















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