domingo, 10 de diciembre de 2006



La civilización.



A mí me gustaría decir clara y definitivamente lo que creo con firme convencimiento: el ser humano necesita una oportunidad porque es víctima de sí mismo.

El diccionario de la reala academia española (DRAE), define civilización como “estadio cultural propio de las sociedades humanas más avanzadas por el nivel de ciencias, artes, ideas y costumbres”. Lo primero que se cuestiona es si somos una sociedad humana avanzada. Y yo digo que no porque más que avanzada es hábil en responder ante las circunstancias inevitables que le encarcelan a los miembros que la componen y de las que es víctima. Y quiero razonar:



El ser humano vive un mundo que la civilización mantiene parcelado en su espacio físico y también en el psicológico, hasta tal punto esta parcelación es tal que uno tiene verdaderos problemas para discernir si pisa terreno propio, ajeno o vedado, lo cual es causa de un gran número de conflictos tanto de intereses como de formación de caracteres. La cárcel es de tal condición que ya se está convirtiendo en necesario llevar consigo un intérprete de la ley las 24hs del día para no trasgredirla.



La civilización está fundada a partir del error y su espíritu lo ampara. Muchos son los errores que el hombre ha cometido desde el comienzo de su existencia, y en base a ellos ha cimentado la civilización. Pero uno de ellos, el que más ha acabado por afectar al género humano, influyendo definitivamente en él, es el derecho a la propiedad, porque es antinatural ya que la tierra no puede tener propietarios ni el ser humano aceptarlo sin sufrir consecuencias, las cuales son tan comunes, evidentes y del vivir cotidiano que más que ponerlas de relieve conviene disimularlas para que no las sintamos tanto. Éstas, además tienen su contraparte interna, en lo psíquico, y por extensión, en la formación maligna del carácter. De ambos aspectos, del externo y del interno, se da una condición irreversible de negación del propio acontecer natural. Y es a partir de esta condición que la civilización hace malabarismos para conciliar intereses, lo natural, lo antinatural, y a sí misma, con resultados que no pueden ser otros que el error, fruto del error, concebido y fecundado en el error. Si el ser humano se conociera, si supiera de su causa psíquica, enloquecería. Y lo haría porque tiene fragmentada la unidad psicológica necesaria para desarrollarse como humano. Dicha fragmentación es tanta como la que existe a lo largo y ancho del planeta, del cual el hombre es una réplica, y a la que se ha visto obligado a adaptarse, lo cual sucede en contra y sin la menor posibilidad de cambiar su naturaleza o si se quiere, la ley que manda que no haya existencia fuera o al margen de la unidad. Pero no sólo me refiero a la parcelación en propiedades del aspecto físico del planeta, sino que también a la división de su propia unidad psicológica, la que le ha sido arrebatada o se ha visto obligado a conceder, convirtiéndose en, cada vez más, ajeno de sí mismo.



¿Quién sería el primer propietario de alguna parte de la Tierra?. Más que su identidad se debería buscar la causa. Yo estoy persuadido que el sentido de propiedad es la extensión del instinto de conservación. Probablemente la primera propiedad de alguien fue un pequeño reducto, una cueva, tal vez, en donde el hombre se sentía protegido de los peligros, hostilidades, amenazas, urgencias, eventualidades, etc., del medio en el que vivía, toda vez que allí gozaba cierto grado de seguridad y calidez. ¿Cómo iba a permitir que ese pequeño espacio protector le fuera arrebatado?. Siguiendo este hilo, el hombre, que ya tenía experiencia en unir fuerzas para cazar y para sobrevivir, creó ahí, en la cueva, la primera ciudad, la primera organización social. Ésta, basándose en el instinto de conservación, se protegería, no sólo del mundo salvaje y de las inclemencias del tiempo sino que también de otras tribus de humanos que buscaban lo mismo y con quienes presuponían que les resultaría complicado conciliar intereses. Si éstos concernían a una concepción diferente de organizarse o de la magia y de la religión, entonces la imposibilidad de entenderse era más que una mera amenaza. Y además está claro que, aunque el aspecto exterior de las diferentes tribus no fuera excesivamente distinto, caso que así fuera, sus vivencias, las que les conformaban como seres capaces de asumir y aprender mediante la experimentación, les distinguía sobre manera, ya que la repetición de una misma vivencia era difícil de que se repitiera. Y eso era así porque el medio no estaba suficientemente explorado y las variantes de los peligros, siempre cambiantes e imprevistas. Y si hasta ese momento la lucha se libraba contra el animal, ya sea con fines de caza, mágicos o para protegerse y defenderse, desde entonces se abrió un nuevo frente, el del hombre contra el hombre.



A mí todo esto me suena a que la humanidad es un experimento, pero como ese conocimiento queda más alejado que el de tomar las riendas del adecuado uso del sí mismo para superar el sufrimiento, parto de lo que hay y que es susceptible de enmienda o rectificación. Y lo que hay es que el ser humano asoció en aquel tiempo la idea de la primitiva sociedad de la cueva con que la sensación de resguardo conducía a una mayor seguridad y luego prosperidad si se ensanchaba su espacio vital, a condición, claro está, de que sus aspiraciones de mejoría no se vieran truncadas por ninguna amenaza. E impedirlo se sintió tan instintivamente como un animal defiende la comida que tiene entre sus garras. Este es el segundo acto de egoísmo, el primero fue la reacción instintiva a protegerse. Por eso decía que me sonaba a que la humanidad tiene el objeto de servir de experimento de alguien, porque cuando apenas disponía de luces para crear actitudes, se vio obligada a replegarse en la cueva, con lo que esta actitud prolongada y necesaria acaba influyendo en sus genes. Y dicha influencia añade propensión e inclinación al egoísmo en su condición.



Luego, con el paso del tiempo, la actitud adoptada para sobrevivir y la posterior de progreso, han ido conduciendo a la humanidad a establecerse como sociedades vecinas, no sin el temor a no respetar las parcelas conquistadas por cada tribu, pueblo o etnia, a memos que, como también es usual, las condiciones para apropiarse de las ajenas estuviera a su alcance. Así que se parte del error primitivo, un error en el que no había más opción que caer en él. El hombre vio que eso ofrecía un aparente buen resultado y siguió construyendo con nuevos errores superpuestos a los anteriores, y así, hasta hoy.



No creo que, en líneas generales, el hombre sea tan culpable de vivir el estilo de vida y el sufrimiento que le imprime civilización de la que forma parte. Se pueden justificar, si se desea, muchas de sus actitudes, porque hasta ahora no había alcanzado un grado de conciencia y discernimiento tal que le llevara a reivindicar la posibilidad de comenzar a construir una humanidad basada en el compartir. Aunque esta experiencia del compartir no le es tan ajena porque, ya fuera en clanes y poblados, los primitivos tuvieron oportunidad de probar su bondad y eficacia.



Por todo lo dicho yo creo que el hombre necesita una nueva oportunidad de construir una civilización basada en el compartir y en todos los valores altruistas. A nadie le resulta extraño la dificultad que eso entraña. Los hábitos adquiridos por quienes poseen son difíciles de erradicar, y son ellos los que se opondrán con más fuerza y con todos los medios a su alcance, que son incontables. Sin embargo, la reivindicación, cada vez en mayor número de seres humanos, acabará un día trayendo ese fin. Por eso es importante que la idea de que el planeta no es posesión de nadie, ni nadie puede tener derechos adquiridos sino que es patrimonio de la humanidad, se difunda y llegue a todos los países. Poco a poco, alguien hará suya la idea y la dará a conocer a otros, y así, hasta una generalización deseada y necesaria para producir el radical y definitivo cambio.