domingo, 10 de diciembre de 2006



La civilización.



A mí me gustaría decir clara y definitivamente lo que creo con firme convencimiento: el ser humano necesita una oportunidad porque es víctima de sí mismo.

El diccionario de la reala academia española (DRAE), define civilización como “estadio cultural propio de las sociedades humanas más avanzadas por el nivel de ciencias, artes, ideas y costumbres”. Lo primero que se cuestiona es si somos una sociedad humana avanzada. Y yo digo que no porque más que avanzada es hábil en responder ante las circunstancias inevitables que le encarcelan a los miembros que la componen y de las que es víctima. Y quiero razonar:



El ser humano vive un mundo que la civilización mantiene parcelado en su espacio físico y también en el psicológico, hasta tal punto esta parcelación es tal que uno tiene verdaderos problemas para discernir si pisa terreno propio, ajeno o vedado, lo cual es causa de un gran número de conflictos tanto de intereses como de formación de caracteres. La cárcel es de tal condición que ya se está convirtiendo en necesario llevar consigo un intérprete de la ley las 24hs del día para no trasgredirla.



La civilización está fundada a partir del error y su espíritu lo ampara. Muchos son los errores que el hombre ha cometido desde el comienzo de su existencia, y en base a ellos ha cimentado la civilización. Pero uno de ellos, el que más ha acabado por afectar al género humano, influyendo definitivamente en él, es el derecho a la propiedad, porque es antinatural ya que la tierra no puede tener propietarios ni el ser humano aceptarlo sin sufrir consecuencias, las cuales son tan comunes, evidentes y del vivir cotidiano que más que ponerlas de relieve conviene disimularlas para que no las sintamos tanto. Éstas, además tienen su contraparte interna, en lo psíquico, y por extensión, en la formación maligna del carácter. De ambos aspectos, del externo y del interno, se da una condición irreversible de negación del propio acontecer natural. Y es a partir de esta condición que la civilización hace malabarismos para conciliar intereses, lo natural, lo antinatural, y a sí misma, con resultados que no pueden ser otros que el error, fruto del error, concebido y fecundado en el error. Si el ser humano se conociera, si supiera de su causa psíquica, enloquecería. Y lo haría porque tiene fragmentada la unidad psicológica necesaria para desarrollarse como humano. Dicha fragmentación es tanta como la que existe a lo largo y ancho del planeta, del cual el hombre es una réplica, y a la que se ha visto obligado a adaptarse, lo cual sucede en contra y sin la menor posibilidad de cambiar su naturaleza o si se quiere, la ley que manda que no haya existencia fuera o al margen de la unidad. Pero no sólo me refiero a la parcelación en propiedades del aspecto físico del planeta, sino que también a la división de su propia unidad psicológica, la que le ha sido arrebatada o se ha visto obligado a conceder, convirtiéndose en, cada vez más, ajeno de sí mismo.



¿Quién sería el primer propietario de alguna parte de la Tierra?. Más que su identidad se debería buscar la causa. Yo estoy persuadido que el sentido de propiedad es la extensión del instinto de conservación. Probablemente la primera propiedad de alguien fue un pequeño reducto, una cueva, tal vez, en donde el hombre se sentía protegido de los peligros, hostilidades, amenazas, urgencias, eventualidades, etc., del medio en el que vivía, toda vez que allí gozaba cierto grado de seguridad y calidez. ¿Cómo iba a permitir que ese pequeño espacio protector le fuera arrebatado?. Siguiendo este hilo, el hombre, que ya tenía experiencia en unir fuerzas para cazar y para sobrevivir, creó ahí, en la cueva, la primera ciudad, la primera organización social. Ésta, basándose en el instinto de conservación, se protegería, no sólo del mundo salvaje y de las inclemencias del tiempo sino que también de otras tribus de humanos que buscaban lo mismo y con quienes presuponían que les resultaría complicado conciliar intereses. Si éstos concernían a una concepción diferente de organizarse o de la magia y de la religión, entonces la imposibilidad de entenderse era más que una mera amenaza. Y además está claro que, aunque el aspecto exterior de las diferentes tribus no fuera excesivamente distinto, caso que así fuera, sus vivencias, las que les conformaban como seres capaces de asumir y aprender mediante la experimentación, les distinguía sobre manera, ya que la repetición de una misma vivencia era difícil de que se repitiera. Y eso era así porque el medio no estaba suficientemente explorado y las variantes de los peligros, siempre cambiantes e imprevistas. Y si hasta ese momento la lucha se libraba contra el animal, ya sea con fines de caza, mágicos o para protegerse y defenderse, desde entonces se abrió un nuevo frente, el del hombre contra el hombre.



A mí todo esto me suena a que la humanidad es un experimento, pero como ese conocimiento queda más alejado que el de tomar las riendas del adecuado uso del sí mismo para superar el sufrimiento, parto de lo que hay y que es susceptible de enmienda o rectificación. Y lo que hay es que el ser humano asoció en aquel tiempo la idea de la primitiva sociedad de la cueva con que la sensación de resguardo conducía a una mayor seguridad y luego prosperidad si se ensanchaba su espacio vital, a condición, claro está, de que sus aspiraciones de mejoría no se vieran truncadas por ninguna amenaza. E impedirlo se sintió tan instintivamente como un animal defiende la comida que tiene entre sus garras. Este es el segundo acto de egoísmo, el primero fue la reacción instintiva a protegerse. Por eso decía que me sonaba a que la humanidad tiene el objeto de servir de experimento de alguien, porque cuando apenas disponía de luces para crear actitudes, se vio obligada a replegarse en la cueva, con lo que esta actitud prolongada y necesaria acaba influyendo en sus genes. Y dicha influencia añade propensión e inclinación al egoísmo en su condición.



Luego, con el paso del tiempo, la actitud adoptada para sobrevivir y la posterior de progreso, han ido conduciendo a la humanidad a establecerse como sociedades vecinas, no sin el temor a no respetar las parcelas conquistadas por cada tribu, pueblo o etnia, a memos que, como también es usual, las condiciones para apropiarse de las ajenas estuviera a su alcance. Así que se parte del error primitivo, un error en el que no había más opción que caer en él. El hombre vio que eso ofrecía un aparente buen resultado y siguió construyendo con nuevos errores superpuestos a los anteriores, y así, hasta hoy.



No creo que, en líneas generales, el hombre sea tan culpable de vivir el estilo de vida y el sufrimiento que le imprime civilización de la que forma parte. Se pueden justificar, si se desea, muchas de sus actitudes, porque hasta ahora no había alcanzado un grado de conciencia y discernimiento tal que le llevara a reivindicar la posibilidad de comenzar a construir una humanidad basada en el compartir. Aunque esta experiencia del compartir no le es tan ajena porque, ya fuera en clanes y poblados, los primitivos tuvieron oportunidad de probar su bondad y eficacia.



Por todo lo dicho yo creo que el hombre necesita una nueva oportunidad de construir una civilización basada en el compartir y en todos los valores altruistas. A nadie le resulta extraño la dificultad que eso entraña. Los hábitos adquiridos por quienes poseen son difíciles de erradicar, y son ellos los que se opondrán con más fuerza y con todos los medios a su alcance, que son incontables. Sin embargo, la reivindicación, cada vez en mayor número de seres humanos, acabará un día trayendo ese fin. Por eso es importante que la idea de que el planeta no es posesión de nadie, ni nadie puede tener derechos adquiridos sino que es patrimonio de la humanidad, se difunda y llegue a todos los países. Poco a poco, alguien hará suya la idea y la dará a conocer a otros, y así, hasta una generalización deseada y necesaria para producir el radical y definitivo cambio.

domingo, 19 de noviembre de 2006



La tierra es patrimono de la humanidad
La Tierra no es de nadie. Nunca nadie en el Universo concedió títulos de propiedad a los hombres, sin embargo, valiéndose de una ley no dictada por la naturaleza, algunos han dividido el planeta en parcelas de su propiedad, en peíses, en sectores y han inclucado a la humanidad que patriotismo es amar uno de esos sectores, parcelas o naciones, en vez de a la Tierra entera. Todos los bienes que encontramos en nuestro planeta son para cuidarlos y administrarlos, no para agotarlos, y su uso adecuado es el bien que la Tierra nos concede a cuantos la habitamos, sin tener que pagar por ellos porque quien nos cobra no es dueño de los bienes de todos. La humanidad entera pertenece al planeta y forma parte de ella. Yo llamo a la defensa de esta idea, que es la de la legitimidad natural.
Aquí encontrarás dos entradas. En ellas hablamos de esta reivindicación en la forma de relatos.
Hermano, han abusado demasiado de nuestra madre y hogar la Tierra. Tu verás lo que haces y lo que tu descendencia recibe de ti.

lunes, 13 de noviembre de 2006

Mas de la tierra


Rompiendo fronteras mentales y geográficas



Una vez soñé que me perseguía un gran peligro y yo corría y corría. No sé porqué pero, de pronto me dije:
Pero si estoy soñando…
Me detuve, le di la cara al peligro con la conciencia de que se trataba tan sólo de una ficción y éste se desvaneció. Desperté muy complacido.
Experiencias de ese tipo no son muy frecuentes pero creo que a todos nos han ocurrido alguna vez, luego, se necesita mucho trabajo para poderlas repetir. Pero es más que suficiente sintiendo el anticonformismo, o si se prefiere, la no aceptación de cuanto nos limita, manteniendo una viva esperanza en que lo que ahora nos somete, acabaremos dominándolo. Aunque me estoy refiriendo a la vida en toda su extensión, en primera instancia y con el fin de cobrar confianza, esa esperanza yo la viví cuando al despertar de algunos sueños no podía evitar decirme:
- ¡Hay!. Si hubiera cobrado conciencia habría conseguido transformar el sueño y no habría sufrido esta pesadilla.
Lo narro porque la humanidad y lo que entendemos como vida de la humanidad, es un sueño. Cada ser humano y cada elemento que llamamos “de la creación” somos, ni más ni menos, componentes de un sueño que se da en la mente de un gran ser, a cuya mente la hemos bautizado de muchas formas: creación, manifestación, mente Universal, mente cósmica, emanación… Y dentro de ese sueño hay listillos a los que no dudamos en llamar, desde Dios hasta…, bueno, hasta lo que les atribuyamos, dependiendo de, a qué clase de esclavitud nos sometan. Quien incuestionable saca de ello partido y se evita ilegítimamente sufrimientos, a costa del resto de los elementos que conformamos el sueño, es precisamente el que se da cuenta del mismo, lo comprende y acaba por manejarse bien en él. Pueden ser seres humanos o esos otros a los que les atribuimos títulos grandiosos y divinos, tales como poderes sobrenaturales, eternidad y muchas otras fantasías, que lo son porque también están a nuestro alcance en el momento en que nos demos cuenta. Un día, ese gran ser, en cuya mente acontece la existencia, abrirá los ojos y todos y todo, sin excepción, seremos energía suya circulando armónicamente por él, ya que no somos ni siquiera nuestros, sino suyos. Hasta ese momento nos hallamos dentro de un océano de fuerzas de ese gran ser, o aún mejor, dentro de su mente, por eso, las fuerzas de su mente están a nuestra entera disposición. Compartimos su misma naturaleza. El sentimiento del yo, es pues, irreal puesto que la energía que da forma a nuestro compuesto humano es suya, es él mismo, que la ha utilizado para formar imágenes, las cuales somos por ahora, y vivimos, también provisionalmente, la experiencia del presente universo. Sin embargo, todo se reabsorberá dentro del gran ser y entonces, sólo él existirá. Pero en la actual condición, también nosotros podemos hacer uso de las fuerzas de su mente, es más, la infelicidad y la falta de realización son las espuelas que nos empujan a hacerlo, si deseamos una vida y condiciones de ésta mejores, incluso, optimas.
Nada, excepto el gran ser, que también a la postre somos, importa. Si al universo y con él a la tierra, al ser humano y a la vida en sí, le llega un momento crítico y de mucho sufrimiento, de caos y confusión, no tendrá tampoco importancia, porque nada se pierde y retornamos al origen del que partimos: él. Y lo mismo si ocurre al contrario, es decir, con un buen período, de buena vida, de gozo, etc. Y, mucha menos importancia tiene un ser humano que el conjunto. Sin embargo, al tratarse de un conjunto inmerso en un sueño, se convierte en insignificante frente a un solo hombre que trabaja por darse cuenta. Por eso se dice que existe una forma de vivir la experiencia del universo en paz y feliz. Las diferentes tradiciones lo han denominado despertar. Yo lo llamaré “darse cuenta”. ¿Darse cuenta de qué?. Pues de que toda la manifestación, la que vivimos como real, es un sueño, el que acontece en la visualización del gran ser. Con eso en mente, cuanto obliga, encadena o limita al hombre, pierde importancia, porque ya no se vive como vital y sí con posibilidades de ser cambiado. Pero darse cuenta no es algo que ocurra de inmediato sino después de mantener la idea en la mente, de que ésta pase al corazón, se asuma y, día a día se la nutra hasta que forme parte natural del sí mismo. Eso no es tan complicado, aunque se le deba prestar una atención inicial acompañada de un cierto trabajo, o mejor, dedicación. Como quien ha de aprender, por ejemplo, música, para luego interpretar sin esfuerzo y con placer. Si a uno le ocurre que cobra conciencia de su condición dentro del sueño ordinario, también puede hacerlo en esa otra condición en la que es un elemento más dentro del sueño del gran ser.
Pero desde el primer momento, lo que si se puede hacer es considerar a la luz de la idea del darse cuenta qué está ocurriendo en el planeta, quien lo gobierna, qué desea, qué hace y qué consecuencias tiene para el ser humano aceptar gregariamente su dirección; y sobre todo, qué no encaja y qué no es justo. Este es el primer paso hacia el darse cuenta. Yo me atrevo a proponer una alternativa: reclamar la tierra como patrimonio de la humanidad, que no consintamos más los caprichos y los movimientos que hacen girar al mundo alrededor de los intereses de quienes sostienen a la tierra y a la humanidad en estado de pura injusticia, y que todos, absolutamente todos, tengamos la parte que legítimamente nos corresponde por derecho de nacimiento, que es la misma que la de cualquiera de los más ricos y poderosos del planeta, y si acaso alguien ha de sufrir privaciones, ya es hora que cambie el turno, ahora les toca gozar a los afligidos. El único movimiento orbital que ha de desearse es el natural, el de la tierra alrededor del sol. Porque de lo que se trata es de reclamar el bien para todos sin excluir ni a uno sólo de nuestros congéneres. En esto encontramos el movimiento natural en torno al sol y no, al contrario, girando alrededor de los intereses que encarnan los poderosos. De ese modo y con esa limpieza de corazón y de conciencia demostramos estar en lo cierto frente a las actitudes de quienes viven cargando con un corazón embrutecido, dominador, temeroso e interesado. La idea siempre es compartir. ¿No estamos compartiendo un espacio, vidas, trabajos, desarrollo, destino, y muerte, tanto de la raza como del planeta?. ¿No compartimos un suceso universal?. Nadie nació desheredado y por ello, la exigencia es que también los bienes sean compartidos del mismo modo. A esta idea de compartir se opone la de arrebatar. No se debería arrebatar nada, ni aún a los que injustamente poseen lo que es de otros, que lo es porque a estos últimos les falta. En cambio, lo que si debería hacerse es reclamar una conducta universal basada en el compartir. Tal conducta conduce a una dinámica centrífuga del movimiento que produce el hombre en el planeta, opuestamente al centrípeto que ha generado hasta ahora. Esta inversión del movimiento, fijémonos cuan sencillo resulta, se origina y desarrolla con ese estilo de vida que estoy proponiendo, con el que hace impensable que no se dé el compartir, con el que asume que la tierra no es de nadie sino que todos estamos aquí para ser sus esmerados cuidadores, y que uno obtiene beneficios de la naturaleza si trabaja para ella, y no como en el presente que si uno trabaja en su favor, es menospreciado, incomprendido, marginado e incluso, corre riesgo su vida. ¿En que condiciones y circunstancias no se trataría de robo o de apropiación indebida, obtener riquezas y poder de una empresa para la que no se trabaja y de la que uno se siente desvinculado y a la que maltrata, exprime, sangra y aniquila?. Tan sólo con esa perspectiva el ser humano triunfa como tal, contrariamente al fracaso que ha demostrados ser. E insisto, fracaso o triunfo, depende únicamente de su conducta y de sus convencimientos. A partir de ahí se puede comenzar a construir una sociedad que comprenda (escapo de usar la palabra “integre”) a todos en un conjunto de elementos colaborantes. Llegar ahí toma el camino de exigir que la tierra se convierta en patrimonio de la humanidad y cualquier oposición debe encontrar la firme determinación a la no colaboración de nuestra parte. Sin el respaldo de una parte de los miembros de la sociedad ésta se hunde en el más absoluto caos, cosa que nadie desea, sino que se trabaja por lo contrario. La devolución a la tierra por parte del hombre, de los bienes que han estado poseyendo, ha de darse y conseguirse de forma voluntaria y en conciencia, con acuerdos bien estudiados sobre el modo de hacerlo, sin crear confusión ni malestar. Luego, tiempo habrá de pedir explicaciones a la historia y aprender lo que significa ser humano. Porque serlo implica el uso de sus facultades para elegir el destino benefactor, o el contrario, el que ha ido forjando y ante el que es preciso reaccionar porque ya casi ha traspasado la línea del no retorno. Si en algún momento se tuvo un motivo para luchar en la vida, trátese de la familia, de aspiraciones o de lo que fuere, ahora, se está presentando con más razón en la forma de trabajo, porque se abre la puerta definitiva, ya que con el mismo esfuerzo de esa lucha, podemos eliminar el peligro de tener que seguir luchando, por la supervivencia, entre nosotros y en contra de la eventualidad. Se evita tener que preocuparse por satisfacer las necesidades básicas, mientras que el planeta recibe la oportunidad de regenerarse de las vejaciones a las que el hombre, pero sobre todo, sus dirigentes, la sometieron, y así resplandecer conjuntamente con la humanidad en un todo armónico.
Este sueño angustioso que vivimos de guerras, apropiaciones, sufrimientos innecesarios, enfrentamientos, infelicidad, odio, oscuridad, irracionalidad, dominio, puede ser detenido y cambiado con el darse cuenta, con el gradual ir dándose cuenta. No olvidemos que se trata de una pesadilla en la que si permitimos que un ápice de conciencia entre en ella, con ella acabamos, como en el sueño que comentaba al comienzo, y sin más complicación nos enseñorearemos en medio de las circunstancias que en él se den.
Eso que acabo de decir, el darse cuenta de que estamos viviendo un sueño de otro, el del gran ser, lo Ubica en la realidad (ubicar). Y lo hace en el mismo grado que uno se de cuenta de ello. Es, pues, importante, ir añadiendo grados de conciencia. Con este método evitamos tener que enfrentarnos a nuestros congéneres: ya se encarga la fuerza del darse cuenta de disolver fantasías y realzar realidades, pero sería mejor con la colaboración humana. Es cierto que muchos elementos de la pesadilla se pondrán en contra, o no sería tal. Ellos desearán involucrarnos en una lucha fratricida, e incluso, viendo que se les avecina el fin de su preponderancia, se sentirán emocionalmente afectados, con lo que la respuesta pudiera ser tan imprevisible como desproporcionada. No importa, porque no habrá lucha contra ellos, o se volverá a caer en la dinámica de la pesadilla. Los otros, los que se declaren enemigos, los que busquen acabar con la conciencia, los que declaren la guerra, saben que en caso de defender la pesadilla, están defendiendo a la pura injusticia, a la sinrazón, a esa misma sinrazón que hace que de los desposeídos saquen ellos beneficio al obtener lo que no es suyo. Defenderán que son propietarios de lo que tienen porque lo ganaron, lo compraron o lo heredaron. Que no sean aceptados tales argumentos. Ellos ya saben que esgrimen su última excusa. La tierra es de todos y no hay derecho ni concesión alguna dictada por ella o por Dios que les otorgue derechos sobre la raza humana o sobre parte de ella. ¿Dónde se ubica la tierra? Nuestro planeta dista del Sol 8 segundos luz y ello nos parece una distancia insalvable. La siguiente estrella en proximidad a la tierra es “Proxima centauro”, se encuentra a unos 4,29 años luz, esto es a 40 billones de kilómetros de nosotros. Nuestro sol es una estrella ubicada en uno de los brazos exteriores de la galaxia a la que pertenece, la “Vía Láctea”. Hay miles de millones de estrellas como el sol en nuestra galaxia y miles de millones de galaxias en el universo. Así que observemos nuestro planeta flotando en un movimiento alrededor de su estrella, dentro de esa inmensidad galáctica, la cual se vuelve insignificante e ínfima en el contexto del universo. Pues bien, todo el universo se encuentra inmerso dentro de la mente de un gran ser, probablemente que no será el mismo que ese que se le apareció a George Bush para decirle: - George, acaba con los terroristas.
Ese gran ser ha creado el universo en su imaginación. El universo persiste gracias a que él lo sostiene ahí, y la materia con la que lo ha dado forma en su imaginación es pura mente suya. De modo que en algún momento esa materia mental volverá a él reabsorbiéndose. Pero como quiera que aún no ha llegado ese momento, partimos de lo que hay. ¿Dónde está la tierra que contemplada desde una perspectiva cósmica no se ve?. Tampoco se ve al sol, y con muchísima dificultad, como una motita de polvo, alcanzamos a distinguir nuestra galaxia. Definitivamente, desde esta perspectiva la tierra es menor que el corpúsculo más pequeño de un átomo. Pero al prestar atención parece que ese corpúsculo tenga vida propia, y entre la vida, seis mil millones de seres humanos, eso si, todos cargados de soberbia y orgullo, como si su presencia efímera, ínfimamente efímera, dentro del tiempo de vida del universo, fuera indispensable. Ellos piensan que son seres privilegiados de Dios, guiados y cuidados por él para llevar a cabo alguna misión especial que repercutirá en la Tierra, en el universo y en el cielo. Sin embargo, maltratan al planeta sobre el que creen estar destinados a hacer algo. Y lo maltratan tanto que se encuentra ya en estado agónico. Tienen ideas de liderazgo, que es la autotitulación de ser alguien más cercano a Dios o que éste le ha elegido sobre los demás, en una enorme distinción que lo diferencia del resto de sus congéneres, motivo por el cual, él sabe y los demás no, por eso han de estar atentos a sus indicaciones. Además, ellos piensan que son propietarios, de los beneficios que el planeta produce, incluso se lo reparten en porciones. Y eso lo piensan a pesar de que la tierra vive infinitamente más que ellos. Pero no se sienten seres de la tierra porque dicen que están imbuidos de un alma que no ven, no oyen, no conocen, ni han visto jamás como sobrevivía y transitaba después de la muerte, ni antes del nacimiento. Y desde aquí me pregunto si la imaginación del gran ser habrá dispuesto alguna ley cósmica que ordene que en cada generación unos posean y otros no, que unos dependan de otros, que la esclavitud se establezca en base a la dependencia que los muchos tienen de los pocos, y que los pocos tienen la llave maestra en sus manos para ahogarles o permitirles vivir.
Es una visión espantosa. Ahora han usado elementos de su planeta de tal forma que lo ponen en serio peligro y como de todos modos tiene consecuencias, los están sacando fuera, con lo que extienden el problema más allá de sus límites. Pero no les importa porque se sienten poseedores, además de la tierra, del universo entero. Y me pregunto como pueden sentir y estar persuadidos de sus convicciones si en tamaño, magnitud y tiempo ni siquiera cuentan dentro del universo. Es espantoso porque toda la historia de la humanidad se ha acuñado con sangre, dolor, luchas fratricidas, egoísmo, esclavitud, desprecio por el otro y por el lugar que les da abundantemente cuanto necesitan, agitación, muerte innecesaria, en el fantasioso concepto de sí mismo… Pero quiero descubrir si hay alguna ley que les otorgue las facultades que desean ostentar aunque no lo estén consiguiendo. Quiero averiguarlo porque eso les justificaría. No puedo creer que hayan alcanzado tan elevado grado de locura, la cual se origina en imaginar y tomar lo imaginado como real:
Lo primero es la mente de ese gran ser. Dentro de ella se forma el universo con los materiales mentales de ese gran ser y en medio de lo cual se halla todo. Y de ese todo he elegido una pequeñísima parte, nuestra galaxia, la Vía Láctea. Hemos de hacer un gran esfuerzo para distinguir el sol de los miles de millones que allí hay. Y no es tarea fácil. Siguiendo aquellas indicaciones, busco los brazos exteriores de la galaxia, pero aún así, hay demasiados soles. El simple hecho del alejamiento del núcleo galáctico ya me indica que el ser del sol no se encuentra en estado de buena realización. Me detengo a considerar. Toda la materia del universo es mente del gran ser, más o menos condensada. Los planetas son mente más condensada que la de las estrellas. Éstas poseen luz propia porque la energía que las forma aún emiten su naturaleza íntima: la mente del gran ser, pero que en los planetas ya no courre. Y observo una ley universal que me enseña que cuando un cuerpo celeste no posee luz propia ha de buscarla aproximándose a otro cuerpo que aún la emita. Pero el planeta no es distinto a la estrella en su naturaleza lo que ocurre es que se ha condensado más, por lo tanto, la posee potencialmente. Si logra una aproximación suficiente, entonces, la radiación de la estrella hará reaccionar al planeta y este también comenzará a emitirla, descondensándose hasta restituirse. Observo también que el universo permanece en paz y moviéndose armónicamente. ¿Porqué no seguirá esta ley el conjunto humano que habita la tierra?. Mientras que el universo permanece como lo quiere el gran ser que lo ha creado, en la tierra, la humanidad hace lo que le viene en gana. Pero, ¿podría hacer alguna otra cosa de acuerdo con la conducta del universo?. Podría aceptarse como habitante de la tierra, la cual, si que obedece la ley de la armonía de los cuerpos celestes. Pero no podría hacer que la tierra se acercara más al sol, ni menos aún, que el sol se aproximara al núcleo galáctico. Me pregunto que si hubieran humanos, como los de la tierra, en cada uno de los planetas de toda la extensión del universo, acabarían con él, esto es, con la creación del gran ser. Me sigue pareciendo espantos. Cada vez más espantoso. Tienen justificación para todo. Estos humanos culpan a una especie de ser dañino al que llaman diablo de sus propias maldades, del fruto de sus conductas, de la falta de esa luz que no han cultivado, de ausencia del esmero, de la inconsideración, del egoísmo, de la brutalidad, de la violencia, de la irreligiosidad… ¡Que gente!. Decido no aproximarme más hasta que no sientan la nostalgia de lo que son: compuestos químicos como los que se encuentran en la tierra y forman su cuerpo, imbuido por mente como la que se encuentra en todo e incluso en estado libre. Pero deberían considerar que incluso en su estado pueden hacer uso de la mente allí confinada en tensa concentración corporal, ¿Cómo sería el ser humano armonizado con la mente en su estado natural?. La tierra es la gran perjudicada porque su cuerpo emocional es la suma del de todos los humanos, animales, plantas, elementos, etc. ¿Cómo habrá influido el hombre en la evolución cósmica del plutonio, por ejemplo, cuando le llegue el momento de desarrollar centros receptores de la mente que forma el universo si está siendo liberada su energía con la fusión y con la fisión?. ¿Y el estado de todas las demás cosas, incluido el ser humano?. Pera éste y para el método científico queda eso tan lejos que pueden seguir manipulando la naturaleza sin escrúpulos ni planteamientos adicionales de este tipo. Parece que esa respuesta de que cuando llegue el momento ya lo consideraran les otorga “patente de corso” para no tener que preocuparse previendo nada. La inteligencia de la tierra también es la suma de todas las inteligencias que la habitan y que la habitaron. Y lo mismo del su alma etc. Por eso, la salvación del alma del hombre depende de la de la tierra, y que dejen los lamas y todos los demás de hablar de sus fantasías. La humanidad está en la tierra porque comparte destino físico y psíquico con ella. La conducta humana en su componente psíquica está contaminada, no menos de la física. Ello se registra, junto con la demás actividad planetaria, en una especie de depósito colectivo, el cual, constituye el alma de tierra. Esta alma, en una gran y decisiva medida, posee la calidad que el ser humano le da. Y la calidad determina su estado de ser, en el aspecto físico y el de salud, en el físico. La tierra y el hombre evolucionan al unísono. Reflexione, pues, la humanidad. Y si el cuerpo de un habitante de la tierra está formado por los elementos que en ella encontramos, ¿cómo será el de un habitante del sol?. Seguro que posee un cuerpo casi indistinguible del cuerpo psíquico. El cuerpo es de la misma naturaleza que el de la estrella, también imbuido por un alma. Los ojos humanos no lo pueden ver porque están hechos de elementos de la tierra y no soportan la luz del sol. Los seres solares poseen un cuerpo de acuerdo a los elementos de su hábitat, el cual aún puede expresar la naturaleza del alma, y eso hace que se asemejen, aunque hayan diferencias. Los seres del núcleo galáctico obedecen al mismo patrón que los solares pero, alma y cuerpo se encuentran aún más próximos. Pero estas cosas no son necesariamente compartibles para asumir que hemos cuidar de la tierra en una colectividad de hermanos humanos, en donde no se dé propiedad sobre el planeta sino que, al contrario, lo cuidemos y lo ayudemos a evolucionar hacia su próxima estación, la de emitir la luz que es y que somos.
Me pregunto si la demora en que la hermandad humana se dé, si acaso añadirá sufrimiento a las vidas. Y me doy cuenta que así es, porque cuanto más tiempo se permanezca en el actual estado, más degradamos al planeta, menos recursos quedan y más suciedad y oscuridad se acumula en el depósito del alma que todos constituimos. No sería necesario, por otra parte, ni grandes figuras, ni grandes gestos, ni iluminados. Bastaría con que nos hiciéramos el ánimo de que hemos de salir de aquí, que hemos de retornar al paraíso terrenal y que nos emplearemos a fondo en el propósito de generar la energía más conveniente para que el planeta, nosotros y cuanto hay en él evolucionen. Y eso se consigue de acuerdo a una relación humana en vez de deshumanizada, tanto entre los hombres como con la totalidad de la tierra. Se consigue generación tras generación andando en sentido contrario al actual, dejando buena herencia a las generaciones que vienen después de la actual, mejorando las condiciones de la tierra, no su naturaleza esencial, aunque si conociéndola para que cualquier acción humana se encuentre en perfecta armonía y concordancia con ella y con los principios que lo rigen todo. Se mejora haciendo que la Tierra sea feliz y se sienta orgullosa de sus hijos que la habitan y estos, naturalmente, sientan lo mismo. De ese modo veremos también desaparecer fantasmas, fenómenos parapsicológicos, milagros, poderes y toda suerte de cosas inexplicables que nacen en la oscuridad de las mentes humanas y en cuyo depósito colectivo se alojan.


Opiniones


He hablado con la gente acerca de la Tierra como patrimonio de la humanidad. Y lo he hecho porque, si bien yo tengo la idea bien trabajada, no se como ésta encaja en alguien que la recibe por primera vez, o sin haberla considerado suficientemente. Y he encontrado diferentes resistencias en mis interlocutores a la hora de aceptarla, sin embargo, a todos gusta y atrae. Estas dificultades de aceptación, aunque sin valor estadístico, son las siguientes:

- Tal vez esté grabado a fuego en nuestro código genético, como experiencia de la humanidad que la Tierra ha de tener unos cuantos propietarios que dispongan y manden sobre el grueso de la población. Este asunto que viene de antiguo, en muchas ocasiones se aceptaba porque se planteaba desde una perspectiva religiosa como “por la gracia de dios” o por decreto de él mismo. En otras ocasiones, tal vez las más remotas, tenía lugar cuando quien resultaba elegido para organizar a la población se erigía en caudillo, juez, general, sacerdote, guru, emperador, rey, etc. La conquista por la fuerza o por seducción también llevó a la apropiación particular de los bienes comunes. Y así, se pueden encontrar muchas experiencias que han ido transmitiéndose de generación en generación hasta nuestros días. De ese modo, y merced a esa transmisión, ya no es necesario un trabajo de fuerza o de persuasión para que la humanidad permanezca engañada con embustes, tales como que los gobernantes y dirigentes administran los bienes del estado, cuando los que lo constituimos, no todos gozamos de los mismos privilegios, se da la injusticia, la desigualdad, la pobreza, incluso en aquellos países más ricos. ¿Dónde está la administración de los bienes en estos casos?, ¿cuál el criterio de administración para que un deportista, cantante, actor o modelo gane en una semana lo que 1.000 de algunas familias no lo ganarán en sus vidas, a pesar de que en muchos casos se trabaje con finura, con técnica pulida por el arte y de sol a sol?. Con la premisa de administradores de los bienes del país pueden enfrentar a sus ciudadanos y guerrear los diferentes estados y naciones, llamando a sus respectivos “subditos” a la guerra y a la muerte en nombre del patriotismo, porque, de acuerdo con el engaño, la razón por la que los envían a luchar es la defensa de los beneficios y bienes que la tierra les debería de dar pero que el administrador estatal se queda para sí. De resultas, cada vez se consolidan más las parcelas del planetas en núcleos humanos y con ello, la división de éstos. Y en la división, la confusión, los intereses sectoriales de las naciones, y la desorganización de la humanidad en despropósitos. Pero la mentira histórica puede haber llegado a su fin. Cualquier interés no universal es una mentira contra la humanidad entera, se esconda con el disfraz que se quiera y es injustificable. Y universal es el interés que no excluye a nadie. Además, en cuanto a nuestra herencia genética, también es hora de enfrentarla, porque con ese enfrentamiento llevado a cabo por la totalidad de los seres humanos - no necesariamente en el mismo momento ni en la misma generación-, quedamos libres de una parte de cuanto nos convertía en esclavos voluntarios de serlo, es decir, de aceptar esta condición en la que se renuncia a los bienes propios que están en manos de otros y que nunca nos planteamos reclamar. Digo propios porque son de todos por igual, es decir, de nadie, en todo caso, de la Tierra, la cual nos sustenta y beneficia suficientemente. De momento no hay que lanzarse a la calle, pero si, se debe tener en mente que los ricos, poseedores y poderosos, son unos usurpadores de nuestros bienes y tienen una cuenta pendiente con nosotros que esperamos pacientemente poderles cobrar y pedirles explicación. De ocurrir finalmente, eso se almacena en el alma colectiva de la humanidad arrojando nueva luz, nuevas energías, libertad verdadera y salud, influencias que inevitablemente nos alcanzan a todos porque todos participamos de ella y a ella estamos conectados y vinculados. Pero si extraña que haya mencionado la salud, diré que la enfermedad tiene sus causas en la opresión, en la vejación, en la impotencia, en el sentido de la eventualidad, en la inseguridad, en el estrés, en suma, en la injusticia del sistema social, que es otra forma de ir liquidándonos poco a poco.
- Otras de las razones que impiden aceptar con optimismo la belleza de la propuesta de la Tierra como patrimonio de la humanidad, es el desconocimiento del modo en el que la humanidad puede trasladarse de este al otro estado. Aquí, aunque tengo ideas bien concretas, es preciso que el destino hacia allí se corra con plena conciencia y que sea fruto de un estudio de riesgos, de una estrategia, de un resumen estadístico de posibilidades, etc., pensado, analizado, considerado y meditado, hasta acabar en una conclusión por parte de quienes van a efectuar ese traslado. Desde luego que aquí no valen las medias tintas ni las tibiezas. El primer requisito no es salir de la desposesión, porque eso ya entraña interés, sino amar al planeta, a la casa que vivimos, al único lugar y espacio que tenemos posibilidades de desarrollar el aspecto humano que pretendemos llegar a ser. Ese amor que se manifiesta de muchas formas se deja sentir preferentemente por la compasión a la Tierra, y el dolor que causa lo hace en forma de arrepentimiento por habernos portado mal con ella. Es la sangre que se vierte desde el corazón cada vez que contemplamos lo que el ser humano le hace cuando considera el estado de enfermedad en el que se encuentra. Si esto no es natural en sí mismo o no se ha cultivado, no hay posibilidad de traslado alguno. Y yo sé que un 5% de la población dispuesta a detener su participación en la sociedad produce un caos que acaba con el sistema, sobre todo, con el económico. Yo sé que ese mismo 5%, dispuesto a abandonar el sistema, si adquiere compromisos bancarios con los que no piensa cumplir, lo desintegra. Yo conozco algunas de las estrategias que herirían de muerte a la sociedad, y que no comento para que no se me acuse de dador de ideas. Pero no es así como debe producirse el traslado porque de nuevo, nos sumergiría en lo mismo que acabamos de dejar. Debe acontecer de manera gradual, con conciencia, algo así como un inapreciable deslizamiento al que, desde luego, estará atenta la bestia con sus infiltrados, espías y maquinaria de control, hasta que la fuerza de sus manos no pueda soportar la desmembración del cuerpo que fuimos y que buscamos tomar cohesión en otro lugar y estado. Así pues, el modo lo decidiremos entre todos.
- La falta de confianza en que la propuesta tome cuerpo y se torne realidad: Eso si que es interesante porque descarta a los no aprovechables. No obstante, a pesar de la falta de convicción, si esta idea se transmite a las futuras generaciones, aunque sea desde la perspectiva utópica, en algún momento se llegará, con seguridad, a que la Tierra sea patrimonio de la humanidad y deje de sufrir por siempre.
- La organización social y económica, así como la conciliación de convicciones: En este punto, como se comentaba arriba, es preciso el acuerdo, y con él, trazar objetivos a largo plazo. De todas formas, más que las propias convicciones, sean las que fueren, ha de primar el amor a la madre Tierra y la indisolubilidad de la unidad humana trabajando al unísono por el bien del planeta. Porque si a este principio se le antepone el propio convencimiento, con el tiempo, serán los intereses quienes vuelvan a dirigir la marcha de la humanidad. Desde la infancia es preciso que se eduque en ese sentido y que se doblegue al yo ante la suma de los “yoes” de la unidad planetaria, cuyo Yo, es más grande y es uno sólo. Esta concepción psicológica encuentra paralelo con la física y evidente humanidad constituida por todas sus individualidades. De nuevo insisto en que la fuerza de esa unidad traería consecuencias benéficas, físicas y psíquicas, hasta tan alto grado que la vida se prolongaría de forma natural, la enfermedad desaparecería casi por completo y muchísimos problemas no llegarían a tomar forma, y el medio, del mimo modo se vería beneficiado.¡De cuanto bien se ha privado la humanidad!.
- Egoísmo: Hay gente que está bien, que no le desagrada el sistema y que cualquier cambio le agobia. Eso es franqueza, la que yo alabo. Otros no están dispuestos a arriesgar el estado de bienestar que ahora tienen asegurado en aras a una incertidumbre.










La madre




Yo creo que la mejor forma de hacerme entender es escribiendo sin tener en cuenta el tacto, sin recato, a calzón quitado, aunque conservando las maneras.
Los amadores de la madre aventajan a cualquier hombre en la determinación que tienen en amarla y sobre todo en el cuidado que ponen por hacer crecer ese amor. Eso es lo que uno pone de sí y se percibe como actitud personal y estilo de vida. Pero existe otro asunto que no es perceptible para los demás, como es la correspondencia de la madre hacia éstos, sus hijos, y en cuya relación quedan al margen aquellos que carecen de conciencia de esto. Más allá del asunto así presentado todo queda en la pura especulación insensata porque quien no percibe la relación madre-hijo no tiene juicio ni opinión sobre el asunto. Por eso, como no todos los hombres hablan la misma lengua, lo que con buen criterio hacen los amadores de la madre es mantener silencio. Eso ha venido siendo así durante milenios. Y entiendo que pienses que romper el silencio sea indicativo de no ser precisamente un hijo de la madre. Piensa, sin embargo en las pequeñas incursiones que en ese sentido se están llevando a cabo en las últimas dos décadas, tales como la teoría de Gaia, la salida a la luz de los chamanes de todas partes del mundo y la aparición de pequeños grupos que se acercan a la conciencia de la madre. Pero lo que no entiendo, de acuerdo con lo que acabo de escribir, es que haya gente que opine sobre lo que no puede tener opinión. Unos y otros hombres, insisto, no hablan la misma lengua. Ambos se sienten igualmente poseedores de la verdad que sostienen, de tal manera que resultando imposible cualquier aproximación yo hablaré desde mi punto de vista.
Los amadores de la madre no hablan de acuerdo a lo que piensan de ésta, ni a una determinada lógica ni razonamiento, ni reúnen datos para establecer una conclusión. Yo, por ejemplo ahora estoy sentado frente a la computadora y tengo al fondo el mar con la punta Bombarda a la derecha. Podría bastarme con recibir la belleza que percibo, pero deseo corresponder, dar, y lo que estoy empeñado en dar es el amor que recibo. Así que contemplando y contemplando se llega a sentir y sintiendo, a percibir el alma. En el alma de la madre hay muchos espíritus, todos trabajando para ella, excepto los que el ser humano pone en acción, creando así un conflicto de difícil solución, porque esos espíritus que el hombre pone en acción pertenecieron al alma de la madre pero que una orientación equivocada acabó por ponerlos en contra, o como mínimo, a favor de los propósitos inconscientes humanos.
Recuerdo cuando se me sugería contemplar la naturaleza. En un primer intento la sentía vagamente y poco, la razón es que apenas cabía nada de ella en mí, y menos aún si su percepción obligaba a añadir grados de conciencia, dado que el recipiente aún no estaba formado. Claro que si no estaba formado el recipiente adecuado, ¿cómo iba a darme cuenta de lo que me estaba ocurriendo?. Era preciso algún tipo de guía u orientación. Y al hilo de esto quiero decirte una cosa: a nadie se le puede pedir que renuncie a su derecho de elegir su estilo de vida, pero la autosuficiencia que el orgullo se apresura en agigantar a temprana edad gana la batalla a la sosegada sensatez. Con ello, como no puede uno darse cuenta de qué está viviendo ni en qué punto del proceso, cada vez más se aparta del camino, de lo que es su verdadero deber, al margen o no de lo que desee, del sentido de la vida que desconoce. En mi caso, busqué sentir a la madre en su manifestación de la belleza, y cultivé el arte. De ese modo fui apreciando los detalles, los matices, los conjuntos, las luces, los colores y comencé a conocerla desde mi interior, con conciencia, lo que me sensibilizó de la manera que te comento luego, más adelante, a modo de ejemplo.
En ese punto la armonía con las manifestaciones de la madre iban por buen camino, pero toda manifestación tiene su porqué y su ser en algo esencial que no se manifiesta y que resulta más difícil de percibir y de establecer relación. Ésta se logra desde eso, también esencial, que uno es y a lo que tanto cuesta acercar la conciencia. Así que fue necesario conocerse y recordarse uno como es, más allá de cómo se manifiesta. Por fin, el camino se delineaba de forma doble: percibir la propia esencia para tener realización íntima de la de la madre. Esa era la única manera posible de entenderla de todas formas posibles, aunque a mi me resultaba más sencillo hacerlo desde el olfato psíquico. Podía oler los espíritus y el alma, lo cual me iba acercando gradualmente a sentir, a percibir la intimidad de esas partes mías, tuyas y de todos, que en la naturaleza que suelen sentirse como ajenas. Tengo un par de recuerdos de esa etapa que tiene que ver con la negativa del espíritu de un árbol a entrar en contacto conmigo y, al contrario, lo fácil que me lo puso un arroyo. El ser humano no puede imaginarse las sensaciones que se derivan del simple hecho de poner la mano en el tronco de uno de esos árboles que viéndolos a menudo pasan tan desapercibidos. El ejemplo que te decía arriba tiene que ver con la ventaja que posee sobre otros sistemas la sensibilización mediante la contemplación:
Visité a unos amadores de la madre en la cordillera andina. Se dio una circunstancia muy rara. Se iban a reunir los chamanes de una amplia zona que abarcaba a parte de los territorios de Perú, Colombia y Ecuador, y pude asistir a lo que ellos llaman una “mesada”. Primero había que sumergirse en una de las “huaringas”, en la llamada “Shimbe”, la blanca. La temperatura del agua es de once grados. Pero nadie lo hará si no la ama y al declararle su amor, ella le corresponde. Sólo entonces podrá entrar en sus aguas. A partir de ese momento, se funden en un abrazo y uno queda protegido de forma especial por la huaringa. Más tarde, los chamanes se pusieron a las órdenes de otro que parecía tener mayor rango. Se preparó el “san pedrito” (cactus con presencia de sustancias precursoras de la mescalina que si se deja secar al sol antes de cocerse, se convierten en mescalina propiamente dicha). Abundando un poco más sobre esto, cabe decir que hace milenios se consumía éste conjuntamente con la “huilca” cuyas semillas contienen dimetiltriptamina, los mismos principios activos de la ayahuasca). Si se toman conjuntamente, los efectos de la visión pueden ser tan estallantes en colores que la experiencia puede acabar en miedo. Sin embargo, tomando sólo san pedrito, que ha estado vivido bajo los rayos y la influencia del sol, los colores que se ven en la experiencia son tomados casi como normales, con agradables tonos anaranjados y próximos al rojo.
El jefe de los chamanes comenzó a decir qué cantidad de san pedrito debía tomar cada uno. Cuando me llegó a mí el turno, aquél dijo:
- No. Al español con olerlo le basta. Muchos entendieron que era una forma de negarme el acceso a la ceremonia, al menos en profundidad. Pero el chaman sabía lo que decía. Una india me lo trajo para que lo oliera, creyendo que así seguía las instrucciones del chamán. Y aquél dijo que desde donde “estaba, alcanzaba”. Y claro que alcanzaba porque podía oler la fragancia del espíritu del san pedrito. En ese momento me di cuenta que también podía oler a todos los allí presentes. Así que me integré con sus más íntimos espíritus mediante el olor, el cual me trajo conciencia de su sentir. Por fin entendí que la contemplación como sistema de desarrollo era buen sustituto del san pedrito. Y gracias a ello evité vómitos, revolcones e inconvenientes. La vivencia allí acontecida ya es otro asunto que siento más dentro del área de lo íntimo. Sólo diré que no es sino hasta las cinco horas de la ingestión que uno puede entrar en el núcleo de la experiencia que se prolonga por cinco horas más.
Los amadores de la madre saben qué necesita, qué le duele y qué le place. El amor que se cultiva hacia ella es el mismo que se siente por la madre carnal, el cual se desarrolla por contacto, por correspondencia al amor, porque uno se siente nutrido, protegido y atendido en las propias necesidades. ¿Por qué entonces, si las premisas son las mismas, no se ama del mismo modo a la madre Tierra?. Ocurre al contrario, se la explota, se la daña y menosprecia. Se tiene por negligentemente sabido que en último caso, aunque sufra, tiene poder de recuperación. Cada vez que un amador tiene noticias de, por ejemplo, un incendio, lo siente, le duele, llora, percibe el dolor que se le hace a su madre, a menudo, con toda impunidad. Y ya ni ganas de comentar cómo llegan al corazón del amador las experiencias de explosiones nucleares, así como las emisiones a la atmósfera, los vertidos a las aguas, la tala de árboles, las capturas cerriles, la contaminación, las radiaciones, las alteraciones de espacios, las construcciones masivas… El amador de la madre piensa en ella y la siente enferma, y eso lo apena. De la mano de este sentimiento y en ausencia del de la alegría y del de la complacencia, a ambos se les ve marchitar. Se marchita la vida, las emociones, la razón… ¿En qué cabeza cabe que la humanidad deba tomar pastillas para amar?. La respuesta no está en la química sino en los espíritus. Uno se deteriora conjuntamente con el deterioro que sufre la madre. Pero si se la ama y se la cuida, ella provee lo mismo para sus hijos. Si el espíritu del sol y de las constelaciones influyen normalmente en los elementos químicos que componen nuestro cuerpo y permanecen activos, no hay razón alguna para que éstos se adormezcan.

Aún recuerdo el buen gusto que reconocía en algunas construcciones realizadas en puntos estratégicos. La gente buscaba el lugar idóneo para construir, de acuerdo a la orientación cardinal, integrada en el mejor medio. En ese punto, esos hombres se esforzaban por no perder la armonía con la madre. Se veía buena intención en sus actos así como agradecimiento a la tierra. Hoy se construye donde quede espacio para hacerlo y si no queda se recalifican los suelos, apareciendo moles u hormigueros habitados por personas. Y el suelo urbanístico va invadiendo el rústico y el agrícola. Apenas si podemos ver la separación entre uno y el siguiente municipio. Eso empobrece a la gente porque, también, cada vez hay menos espacio para que el ser humano trabaje la tierra, aunque sea para su uso doméstico, menos acceso a ella, y más elevado el coste de ésta. ¿Sabes a que lleva eso?. A la pérdida del interés por tener tierra cultivable, al desaliento, a la desincentivación. El pretexto es el crecimiento demográfico que no es más que otra barbaridad de la inconsciencia humana porque si la misma o aún menor inversión se dirigiera al reparto, a la amplia distribución de los estímulos, en vez de concentrarlos en un único punto, el hábitat humano resultaría bien distinto, entrañable, acogedor, amplio, más humanizado, peculiar, y, tal vez, sagrado. Pero concentración a veces es sinónimo de acumulación, también de capital, el cual se origina masificando las ciudades porque, a mayor número de vecinos, mayores ingresos en impuestos, mayor actividad económica, mayor circulación de dinero, etc., aunque ello vaya en detrimento de otros núcleos de población menos intensos. Y es que siempre han ganado los que más tienen, en este caso, las grandes urbes. A eso llamaba yo antes estímulos. Y la alternativa provisional es la distribución de ellos en toda espacio susceptible de ser habitado. La verdadera alternativa es la única realidad posible: la Tierra patrimonio de la humanidad.
Yo entiendo que a una máquina se le introduzcan elementos químicos y dé un helado, por ejemplo, tabaco, almendras u otra cosa, con una moneda, y que acabemos asociando pagar con obtener. Pero es vital que no traslademos a la madre tierra esa asociación que, sobretodo está más presente en sociedades como la nuestra, consumistas y enriquecidas, a costa de las pobres y menesterosas, a las que el derecho de propiedad de los bienes planetarios, tales como el petróleo, recurso que debría ser patrimonio de la humanidad, no llegue. Porque si esperamos de la tierra un respuesta mecánica, seguro que somos nosotros, los que eso le atribuimos, quienes hemos sustituido la conciencia y la percepción por la instintividad inconsciente, por la dinámica mecánica de la sociedad. Y con esa presencia humana de ser, claro que acabamos esperando de la naturaleza un comportamiento artificial que responda a nuestro gusto y antojo.
El hombre es inconsciente, por no llamarlo malvado. No sabe qué hace aquí, ni su propósito al nacer, ni el de la madre, y sin embargo se siente importante disponiendo de ella a su capricho. Si no tiene ni idea de qué hacemos aquí, en medio del universo, asentados en un planeta que vive y nos proporciona sustento y demás condiciones con las que no sentirnos mal, al menos debería atender al principio de duda y cuestionarse si acaso el fruto de su trabajo, no lo llamaré ya obstinación, armoniza con el del planeta. Pero no. Él se limita a no complicarse partiendo de lo que hay. ¿Qué le importa si la madre agoniza en este momento?, si ni siquiera la entiende. El hombre se aplica en obtener satisfacción pasando por encima de la mortaja de la madre, si es necesario. Y, en líneas generales, este es el perfil de la mayoría de los dirigentes de los países de la tierra. ¿Podemos ahora hablar de economía mundial?, ¿de intereses?, ¿de justicia y leyes?, ¿de aspiraciones?, ¿de naciones y fronteras que parcelan a la madre en propiedades de pobladores?, ¿de patriotismo?... Incluso la investigación científica pierde honorabilidad si en ella no está presente el espíritu universal. Ahora que se está investigando la prolongación de la vida en el ser humano sigue sin tenerse en cuenta que ello puede ocurrir sólo si la madre también perdura y goza de salud. Estoy convencido que el actual estado de cosas se encuentra trastocado con respecto al curso que quiere seguir la naturaleza. Y estoy también seguro que un día el hombre –no éste que ahora pisa la tierra – conocerá el propósito de la existencia del planeta y lo establecerá como prioridad principal, por delante de la propia, es decir, todo al contrario que el actual.
Amiga mía, antes, cuando el hombre no se sentía obligado a trabajar y a cavilar durante todo el día, e incluso durante las horas del sueño, podía sentirse sorprendido por uno de esos atardeceres rojos que anuncian vientos, o por esas lunas llenas anaranjadas, por la salida de un enorme sol, por la aurora que precede al amanecer, por el rocío en las hojas de la hierba, o por la normalidad cotidiana. Este tipo de gente que podía resultar agradablemente asaltada por las manifestaciones de la naturaleza son los que buscaron intimar más con ella, resultando ser útiles a su pueblo como sacerdotes, como sanadores, como brujos, como intermediarios entre el cielo y la tierra, como archiveros de la memoria... En ocasiones, esa búsqueda podía alcanzar a muchos. Mira, te contaré algo más:
En Argentina, en la provincia de San Luís, al linde con la de Córdoba, hay un municipio llamado Merlo. Se dice de él que posee el tercer mejor microclima del mundo y que la gente es longeva. En sus inmediaciones, en Piedra Blanca, habitaron los indios comechingones. Éstos eran de piel blanca, altos y con barba, de ahí que también sean conocidos como indios barbados. Fueron gente que se les reconoce, al menos, una vejez en la zona de 8.000 años, así que, preincaicos. Pues bien, éstos se reunían alrededor de un algarrobo que aún se encuentra en pie y con buena salud, conocido como el algarrobo abuelo, al que se le atribuye una antigüedad de alrededor de 800 años. Es decir que, cuando llegaron allí los españoles en el siglo XVI, ellos llevaban medio milenio reuniéndose allí. ¿Sabes para qué?. Para llevar a cabo sus rituales religiosos. Al contrario que la religión Inti de los incas, los comechingones, que también tenían cultos solares, por la noche hacían hoyos alrededor del algarrobo donde enterrar vasijas de boca ancha hasta casi el borde. Luego las llenaban de agua y, allí tenía al cosmos reflejado en ellas. ¿Cuántos elementos y significados ves en este proceder?. Cuando Inti, el sol inca, fue derrotado por el dios cristiano se disolvió en el mar. Los comechingones convivieron con los incas y tal vez intercambiaran conceptos religiosos. Así que en el agua recogían el universo y sus fuerzas. Pero el agua es el elemento que fertiliza la tierra, lugar donde han enterrado las vasijas. El comechingón buscaba que esa fertilidad fuera tan rica y espiritualizada como las fuerzas quisieran concederle. Pero además, como el sol no era el padre, esto es, el esposo de la tierra, sino que lo era el cielo, el ritual tenía un carácter sexual y de reproducción, o si se prefiere, propiciatorio de la producción y la abundancia. Y eso era perfectamente trasladable al ser humano. Él era una porción de la madre, cuya vasija que contenía el agua tenía el propósito de acumulador de las fuerzas del universo. Ellos, en ese tiempo puede que ya hubieran perdido una parte importante de la herencia de sus antepasados que se remonta a tiempos inmemoriales, pero aún así, la voluntad de permanecer en armonía con las fuerzas invisibles y la de mantenerse psíquicamente despiertos les llevaba a perpetuar ritos como este. En sus vidas había un esfuerzo por hacer que las fuerzas que estaban fuera, las mismas que permanecían dentro del ser humano, trabajaran en estrecha colaboración, y habían conseguido encontrar medios, tales como la pronunciación de sonidos, cantinelas, etc., que ponían en actividad las fuerzas interiores que tendían a adormecerse. ¿Hay algún empeño puesto en este sentido en la generalidad de la gente de nuestra sociedad?. Pues bien, aquí llego a donde quería, después de este largo recorrido, que por cierto, me ha sentado bien: la humanidad ha ido perdiendo con el tiempo su preocupación por permanecer y mantener vínculos con las fuerzas cósmicas, que también somos. Esa presencia de religiosidad y de esfuerzo espiritual, hoy ha desaparecido de las mentes y de los corazones del hombre, lo que significa que del mismo modo, eso que creaba la preocupación espiritual en él, tal vez, también haya desaparecido. Y si ha desaparecido, nada puede esperarse de la humanidad para que vuelva a recomponer sus fragmentos en un todo universal. La división se hará cada vez más patente y la defensa de cada fragmento, encolerizada y despiadada, tratando de arrastrar consigo en esa locura, porciones de la tierra donde poner los pies. Yo debo hablar de estas cosas. Sentir lo que siento no está en venta, y preferiría no vivir si tuviera que hacerlo sin esta conexión con la madre y con el padre. Lo digo con mucha solemnidad. Y qué triste, en cambio, porvenir se le avecina al ser humano, que ya se encuentra bien desvitalizado y desnaturalizado. Tendrá que desarrollar un nuevo sistema sensorial que concierna e incluya a lo insustancial. Pero si acabara ocurriendo eso, habría perdido lo otro, el habla del ser que son las emociones, las que nos informan de cómo nos sienta relacionarnos de uno u otro modo con el mundo, el entorno, el semejante y con nosotros mismos.
¿Cuántas razones ves que tengo para llevar a la reflexión a mis congéneres?. Amiga mía, no tengo ninguna pretensión ni ninguna esperanza en que la gente reoriente su vida en favor de la madre. Tengo, en cambio, mucha confianza en que un reducto se sienta alcanzado, que sepa que su sentir no está fuera de lugar ni desencaminado y que se comience a pensar en un lugar donde honrarla, porque desde dentro de la sociedad, como suele decirse para engañarnos, el propósito pierde prioridad, se diluye y quedamos inmersos de nuevo en el sinsentido de la existencia. Aunque tengo más que decir, juzgo conveniente dejar el tema en este punto.
Recibe un cálido saludo.








¿Dónde descansará el cuerpo en el que encarnó mi alma?.







Tengo delante de mi una carta que fue escrita hace algo más de siglo y medio, en 1854. Es la respuesta del jefe de los indios del actual estado de Seattle, en Estados Unidos al presidente de estos mismos estados. Y ocurre que a medida que pasa el tiempo más vigencia tienen aquellas palabras. El presidente de los “caras pálidas” quería comprar sus tierras y ofrecerse como su padre. Término que supongo que usaría como sinónimo de presidente. Y el indio le responde que cómo se puede comprar el cielo y la tierra. De este modo:
Sr. Jefe de los Caras Pálidas:

¿Cómo se puede comprar el cielo o el calor de la tierra?. Esa es para nosotros una idea extravagante.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que ustedes se propongan comprarlos? Mi pueblo considera que cada elemento de este territorio es sagrado. Cada pino brillante que está naciendo, cada grano de arena en las playas de los ríos, de los arroyos; cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada colina, y hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas para la mentalidad y las tradiciones de mi Pueblo.
Lo que no puede ser poseído, la civilización occidental lo compra y lo vende. Yo tampoco lo entiendo. ¿Cómo puede venderse o comprarse algo que no se tiene en propiedad?. El petróleo, por ejemplo. Estaba en la tierra. Alguien llegó, puso vallas, límites o escrituró un pedazo o una determinada extensión de ella, y a partir de ese momento tuvo propietario, con lo que el mundo fue para el resto de la humanidad una parcela más pequeño. Antes de eso, nuestra amada madre - para quien lo sea, la dignifique y no la prostituya ni la use -, no había nombrado herederos, y por consiguiente, diga lo que digan la justicia y los tribunales, las oficinas de registro y los notarios, no estoy de acuerdo con que alguien se apropie de una parte de mi madre. No lo estoy ni lo estaré. Por eso estoy aquí, frente al teclado, para que razonemos sin dar nada por sentado, cuando es mucho lo que parte de hechos y actitudes antinaturales. Así que, en esa primera parcela que se nos robó, y digo bien, a la humanidad, pudo haberse encontrado oro, petróleo, o qué se yo. De esa manera, el petróleo que mueve la economía mundial, es propiedad de unos cuantos capitalistas. Pero, ¿cuantos millones de años tardó éste en formarse de los fósiles que no fueron propiedad de ningún hombre y, en todo caso, sí de la madre Tierra, tanto cuando vivían como luego?. ¿Tenían estos capitalistas propiedad registrable sobre la historia del planeta, la del hombre y la de todo cuanto la constituye?. ¿La tenían sobre el alma que animó en su día a los fósiles? ¡Patente de de corso es lo que tienen!. No otra cosa. Para empezar yo gritaré a las estrellas llamando indignos a quienes de su madre tienen un concepto de propiedad sobre el cual se sienten legitimizados para usarla a su antojo, que ni siquiera convenientemente. Aunque no se si hacerlo por lástima a sus paupérrimas conciencias, aunque ellos no respeten la mía y cabalguen sobre ella pisoteándola. ¿Puedo considerar hermano a un hijo del planeta cuya inconciencia lo está conduciendo al extermino de sus recursos y de la propia humanidad?. Pues sí, aunque, ¿pueden ellos considerarme a mi hermano suyo?.
Me siento a escribirles para que reflexionen, y una vez hecho, debería ser suficiente para que se recondujeran. Si no es así, como dice el indio más adelante en su carta, no saben en la que se van a meter, aunque no lo crean. Y les interesa no creerlo para que todo siga igual. Tal vez yo esté escribiendo para condenarles más, pues, seguirán con su hacer a pesar de mi y de los que como yo escriban a sus conciencias, con lo que la culpa no tendrá excusa tras la que ocultarse. Pero buscando en mi corazón encuentro una prioridad: ya está bien de culpas y condenas. ¿No ha llegado aún el tiempo de la reconciliación entre nosotros y con la madre y el padre?.
¿Cuantos elementos a lo largo de los millones de años han tenido que combinarse para que se formaran los metales, minerales y líquidos que ahora sirven para que el mundo se mueva a las órdenes de esos pocos, y si pudieran, también de la mayoría de los hombres que ahora no las poseen?. ¿Cuántos años espera el diamante en las arenas para convertirse en tal?. ¿Tienen los poseedores de todo ello registro de la propiedad de la fábrica que los creó o algún documento que legalice que las creaciones de la fábrica les pertenecen?; es decir, ¿ hay algún indicio que lleve a poder afirmar que lo que la naturaleza produce en miles de millones de años esté destinado a ser poseído en propiedad?, ¿del tiempo y de las fuerzas que ha actuado en el planeta, de los cambios climáticos, de los climas de las diferentes estaciones, de las corrientes oceánicas, de la vida de los peces, dinosaurios, de las erupciones volcánicas, de los terremotos, de las mareas, de la influencia de las estrellas, etc., que desde tiempo inmemorial hasta la fecha de entrada en el registro de la propiedad, han trabajado para producir los elementos que ahora están en el mercado de valores?. No los tienen. Lo repetiré: No los tienen. Por eso yo me siento poseedor del petróleo y no es de justicia pagarlo, excepto, por los gastos que ocasiona sacarlo. Pero, ni eso. Yo cerraría los yacimientos para no desangrar a mi madre, porque estoy de acuerdo con el indio que sigue diciendo:
La savia circula dentro de los árboles llevando consigo la memoria de los Pieles Rojas. Los Caras Pálidas olvidan a su nación cuando mueren y emprenden el viaje hacia las estrellas. No sucede igual con nuestros muertos, nunca olvidan a nuestra tierra madre. Nosotros somos parte de la tierra. Y la tierra es parte de nosotros. Las flores que aromatizan el aire son nuestras hermanas. El venado, el caballo y el águila también son nuestros hermanos. Los desfiladeros, los pastizales húmedos, el calor del cuerpo del caballo o el nuestro forman un todo único.
Por lo antes dicho, creo que el jefe de los Caras Pálidas pide demasiado al querer comprarnos nuestras tierras.
El Jefe de los Caras Pálidas dice que al venderle nuestras tierras él nos reservaría un lugar donde podamos vivir cómodamente. Y que él se convertiría en nuestro padre. Pero no podemos aceptar su oferta porque para nosotros esta tierra es sagrada. El agua que circula por los ríos y los arroyos de nuestro territorio no es sólo agua, es también la sangre de nuestros ancestros.
Este hombre, el indio que responde eso, fue tratado de salvaje, de incivilizado y de no razonable. Y es que, ¿cómo se formó el agua en el planeta y a consecuencia de qué?. Habría que remontarse al tiempo del Big Bang para tener una idea, desde luego que no proporcionada, del porqué de las características de nuestro planeta. Ya no sólo de nuestro hábitat como lugar aislado en un punto del Universo, sino implicado en un origen común a Él. ¿ Es eso comprable o vendible?. ¿Quién hizo que así fuera?, ¿qué justicia?, ¿qué ideal altruista?, ¿qué mandamiento de la ley de Dios?, ¿Con qué ley de la naturaleza armoniza el sentido de la propiedad que lleva al hombre hasta las oficinas de registro para dejar de ello constancia?. ¿Había algún propósito intrínseco en el Big Bang con respecto a que en cada generación algunos sería poseedores del desarrollo de lo que en ese momento se originara, mientras que otros tendrían cerradas las puertas a cal y canto al gozo de los valores de la existencia, por parte de quienes poseían?. ¿Cómo valorarán las generaciones futuras la nuestra?. Y a los creyentes les dirijo esta pregunta: - ¿Qué diría el Dios que concibes al respecto de lo que estoy diciendo yo?, y, ¿qué diría de tu actitud, de tu respuesta a ello?. Hazte un favor y piensa seriamente y concienzudamente a estas dos preguntas. ¿De qué se ha ido alejando el ser humano para no recordar que el universo es un todo cooperante, como dice el indio en su carta bastante más adelante: En las poblaciones de los Caras Pálidas no hay tranquilidad, ahí no puede oírse el abrir de las hojas primaverales ni el aleteo de los insectos. Eso lo descubrimos porque somos silvestres. El ruido de sus poblaciones insulta a nuestros oídos. ¿Para qué le sirve la vida al ser humano si no puede escuchar el canto solitario del pájaro chotacabras?; ¿si no puede oír la algarabía nocturna de las ranas al borde de los estanques? Como Piel Roja no entiendo a los Caras Pálidas. Nosotros tenemos preferencias por los vientos suaves que susurran sobre los estanques, por los aromas de este límpido viento, por la llovizna del medio día o por el ambiente que los pinos aromatizan. Para los Pieles Rojas el aire es de un valor incalculable, ya que todos los seres compartimos el mismo aliento, todos: los árboles, los animales, los hombres. Los caras Pálidas no tienen conciencia del aire que respiran, son moribundos insensibles a lo pestilente. Si les vendiéramos nuestras tierras, deben saber que el aire tiene un inmenso valor, deben entender que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El primer soplo de vida que recibieron nuestros abuelos vino de ese aliento.
Si les vendiéramos nuestras tierras tienen que tratarlas como sagradas. En estas tierras hasta los Caras Pálidas pueden disfrutar del viento que aromatiza las praderas.
Si les vendiéramos las tierras ustedes deben tratar a los animales como hermanos. Yo he visto a miles de búfalos en descomposición en los campos.
Los Caras Pálidas matan búfalos con sus trenes y ahí los dejan tirados, no los matan para comerlos. No entiendo cómo los Caras Pálidas le conceden más valor a una máquina humeante que a un búfalo.
Si todos los animales fueran exterminados, el hombre también perecería entre una enorme soledad espiritual. El destino de los animales es el mismo que el de los hombres. Todo se armoniza.
“Todo se armoniza”. Si, es así, excepto cuando interviene el hombre. En él está el mal que ha enfermado, en esta ocasión, a la madre. Para sanarla, hay que curar al ser humano. Hemos de curarnos todos:
Nosotros estamos seguros de esto: la tierra no es del hombre, sino que el hombre es de la tierra. Nosotros lo sabemos. Todo se armoniza, como la sangre que emparenta a los hombres. Todo se armoniza.
… Nosotros sabemos algo que los Caras Pálidas descubrirán algún día: ellos y nosotros veneramos al mismo Dios. Ustedes creen que su Dios les pertenece del mismo modo que quieren poseer nuestras tierras, pero no es así. Dios es de todos los hombres y su compasión se extiende por igual entre Pieles Rojas y Caras Pálidas. Dios estima mucho a esta tierra y quien la dañe provocará la furia del Creador. … De hoy en adelante la vida ha terminado. Ahora empieza la sobrevivencia. Este indio no sabía que las esencias del aire que son el aroma de los espíritus que en ese momento se expresan, las que despiertan nuestra conciencia para explicarnos los acontecimientos presentes o próximos, en nosotros y en el medio, como son, la lluvia, el florecimiento de determinadas plantas, la sequedad, los vuelos nocturnos de nuestros hermanos, la proximidad de la muerte, la conveniencia del sueño, determinadas urgencias, etc., andaría mezcladas con la radioactividad, con los microorganismos de la enfermedad y de la muerte, con el hedor... Por cierto, en el prólogo del libro “el misterio de las catedrales” de Fulcanelli, Eugene Canseliet, advierte sobre la conveniencia de practicar enterramientos en la tierra como el último proceso alquímico. Afirma que mientras que en los nichos el proceso de la descomposición huele mal, en la tierra, el mal olor da paso al más agradable y suave de los perfumes. Pero de seguir por estos derroteros, ¿Dónde descansará el cuerpo en el que encarnó mi alma?.
El hombre no vive en un universo real sino en uno de su propia creación. En ese mundo fantástico vive su mente y no duda en mantenerlo usando elementos del universo real. Para la obtención de tales elementos del mundo real, él rompe, daña, orada, crea enfermedad, destruye, corrompe, contamina, en fin, va contra las leyes naturales y sus procesos. Cualquier ley, código de leyes, costumbres, etc., basados en esta premisa, en el respaldo de la actitud y el hacer humano, no tienen razón de ser. Preguntémonos cuantos despropósitos se amparan en la ley que a mi y a todos se nos pide y obliga a respetar. ¿Y mi conciencia, la que vela por mi ser, por lo único permanente, tiene algo que decir o también la obligan a callar las leyes?. A pesar de que a mi se me ofende con tantas y tantas de las propuestas inconvenientes del vivir en esta sociedad, he de aceptar hacerlo porque sigo en este mundo irreal que mis congéneres se empeñan en mantener. Y no quiero yo pagar con la misma moneda expresando con claridad lo que para mi significan muchas de las cosas que puede que para los demás sean respetables. Por eso pido que cada vez que te encuentres con los términos, justicia, ley, orden y propiedad, bolsa de valores, registro de la propiedad, notario, banco y banquero, recuerdes al indio, que, a mi juicio, tuvo que necesitar un suspensorio para poder moverse. A ese si que lo siento yo mi hermano. Pero como quiera que tengo otros hermanos, he de decirles que todo orden, justicia, ley, etc., nacida del egoísmo que el hombre y la sociedad muestra e incluso asienta y establece como definitivo, no conviene, no edifica ni realiza a los miembros de la sociedad como seres humanos, ni sirve para nada, excepto para alejar a ésta de donde debe. El ser humano es algo distinto a lo que la sociedad, o tal vez, el poder en ésta, lo ha conducido. Es inimaginablemente distinto, tanto que un esfuerzo por entenderlo evidenciaría la impotencia de los adaptados a ella y en mayor grado, quienes la aceptan con beneplácito.
Si alguna vez el hombre retorna al mundo real, entonces tendrá acceso a la relación, también real, con otros hermanos del universo así como los de tiempos pasados con el presente de la madre. Mientras tanto, de acuerdo a su nivel de conciencia y a su percepción de la realidad, la relación la ha de mantener forzosamente con lo imaginario, con lo paralelo, con lo creado al margen de la Manifestación, con lo irreal. ¿Te has preguntado porqué hay quien dice que existen los fantasmas?. El planeta entero es patrimonio de la humanidad, así como sus tesoros y valores, materiales y espirituales. Yo comienzo reivindicando para la colectividad humana los bienes de la suma de todos los estados de la tierra. No tengas complejos que no son de quienes dicen poseerlos. Es mentira. Son, sin excepción, de todos los que vienen a este mundo. Pero adminístralo bien que también es de los animales, las plantas, los líquidos, los minerales, lo microorganismos…
El patrimonio de la humanidad no significa, como alguien pretendía en una conversación, el reparto de la superficie terrestre entre los habitantes que somos. Esa no es la idea, sino que, en caso de repartir algo serían los cuidados para con la madre y sentirse responsable, sobre todo de la calidad de la vida y la salud del planeta. De ese modo no somos humanos colaborando entre nosotros sino partícipes del cuidado de la madre. Aunque, de todos modos, la idea no pasa del todo bien afinada por ahí. Ese es un tema más propio del debate que desgrane el principio ideal. Madre, te amo.